"Unidos en Cristo para Evangelizar"
09 de Julio de 2021
Los Papas del siglo veinte (VII)
 


Giovanni Battista Montini nació en Concesio, Brescia (Italia), el 26 de septiembre de 1897. Fue elegido Papa y tomó el nombre de Pablo.

Pablo VI (1963-1978)

Giovanni Battista Montini nació en Concesio, Brescia (Italia), el 26 de septiembre de 1897. Ingresó en el seminario de Brescia y recibió el 29 de mayo de 1920 la ordenación sacerdotal. El 1 de noviembre de 1954 fue nombrado arzobispo de Milán. El 21 de junio de 1963, fue elegido Papa y tomó el nombre de Pablo, con una referencia clara al apóstol evangelizador. Fue canonizado el 14 de octubre de 2018 por el Papa Francisco.

Le correspondió reabrir el Concilio Vaticano II, el 29 de septiembre de 1963 y también su clausura, el 8 de diciembre de 1965.

Ecclesiam suam de 1964, su primera Encíclica, traza la línea de acción en el momento que el Concilio trabajaba para insertar a la Iglesia en el mundo moderno. Debemos ver en sus palabras una hoja de ruta cuando nos señalaba que:

“La Iglesia volverá a hallar su renaciente juventud no tanto cambiando sus leyes exteriores cuanto poniendo interiormente su espíritu en actitud de obedecer a Cristo, y, por consiguiente, de observar aquellas leyes que ella, en el intento de seguir el camino de Cristo, se prescribe a sí misma: aquí está el secreto de su renovación, aquí su metanoia, aquí su ejercicio de perfección. Si la observancia de la norma eclesiástica podrá hacerse más fácil por la simplificación de algún precepto y por la confianza concedida a la libertad del cristiano de hoy, más maduro y más prudente en la elección del modo de cumplirlos, la norma, sin embargo, permanece en su esencial exigencia: la vida cristiana, que la Iglesia va interpretando y codificando en sabias disposiciones, exigirá siempre fidelidad, empeño, mortificación y sacrificio; estará siempre marcada por el «camino estrecho» del que nos habla nuestro Señor (Mt 7, 13ss.); exigirá de nosotros, cristianos modernos, no menores, sino quizá mayores energías morales que a los cristianos de ayer, una prontitud en la obediencia, hoy no menos debida que en el pasado y acaso más difícil, ciertamente más meritoria, porque es guiada más de motivos sobrenaturales que naturales. No es la conformidad al espíritu del mundo, ni la inmunidad a la disciplina de una razonable ascética, ni la indiferencia hacia las libres costumbres de nuestro tiempo, ni la emancipación de la autoridad de prudentes y legítimos superiores, ni la apatía respecto a las formas contradictorias del pensamiento moderno las que pueden dar vigor a la Iglesia, pueden hacerla idónea para recibir el influjo de los dones del Espíritu Santo, pueden darle la autenticidad en su seguimiento a Cristo nuestro Señor, pueden conferirle el ansia de la caridad hacia los hermanos y la capacidad de comunicar su mensaje de salvación, sino su actitud de vivir según la gracia divina, su fidelidad al Evangelio del Señor, su cohesión jerárquica y comunitaria. El cristiano no es flojo y cobarde, sino fuerte y fiel”.

Es obligatorio considerar las enseñanzas de este Papa en la Humanae Vitae, encíclica publicada el 25 de julio de 1968. En este documento hace una defensa de la dignidad del amor conyugal, incluso en medio de dificultades e incomprensiones dentro de la misma Iglesia, haciendo una invitación a vivir la vocación universal a la santidad para todo matrimonio católico. De manera clara y valiente advertía sobre las “graves consecuencias de los métodos de regulación artificial de la natalidad”, señalando que: “El camino fácil y amplio que se abriría a la infidelidad conyugal y a la degradación general de la moralidad. No se necesita mucha experiencia para conocer la debilidad humana y para comprender que los hombres, especialmente los jóvenes, tan vulnerables en este punto tienen necesidad de aliento para ser fieles a la ley moral y no se les debe ofrecer cualquier medio fácil para burlar su observancia. Podría también temerse que el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoísta y no como a compañera, respetada y amada”.

“Reflexiónese también sobre el arma peligrosa que de este modo se llegaría a poner en las manos de autoridades públicas despreocupadas de las exigencias morales. ¿Quién podría reprochar a un gobierno el aplicar a la solución de los problemas de la colectividad lo que hubiera sido reconocido lícito a los cónyuges para la solución de un problema familiar? ¿Quién impediría a los gobernantes favorecer y hasta imponer a sus pueblos, si lo consideraran necesario, el método anticonceptivo que ellos juzgaren más eficaz? En tal modo los hombres, queriendo evitar las dificultades individuales, familiares o sociales que se encuentran en el cumplimiento de la ley divina, llegarían a dejar a merced de la intervención de las autoridades públicas el sector más personal y más reservado de la intimidad conyugal”.

“Por tanto, sino se quiere exponer al arbitrio de los hombres la misión de engendrar la vida, se deben reconocer necesariamente unos límites infranqueables a la posibilidad de dominio del hombre sobre su propio cuerpo y sus funciones; límites que a ningún hombre, privado o revestido de autoridad, es lícito quebrantar. Y tales límites no pueden ser determinados sino por el respeto debido a la integridad del organismo humano y de sus funciones, según los principios antes recordados y según la recta inteligencia del "principio de totalidad" ilustrado por nuestro predecesor Pío XII”.

Con la creación de 144 purpurados, la mayor parte no italianos, en seis consistorios remodeló el Colegio cardenalicio y acentuó su carácter de representación universal. Realizó nueve viajes que durante su pontificado por los cinco continentes.

En 1964 visitó Tierra Santa. En 1965 pronunció un histórico discurso ante la asamblea general de las Naciones Unidas. Dio inició a un cambio en la estructura del gobierno central de la Iglesia, instituyendo el Sínodo de los obispos. En 1970 declaró doctoras de la Iglesia a dos mujeres, santa Teresa de Ávila y santa Catalina de Siena.

Es edificante recordar las palabras dadas para Chile en 1965, con ocasión de la visita del Presidente don Eduardo Frei M. al Vaticano, donde señala: “El Cristo Redentor de los Andes, cuya imagen mira desde las cumbres en señal de protección, conserve siempre la paz y armonía de la Nación; obtenga El los dones que la hagan cada vez más próspera y feliz, espejo de naciones fuertes y justicieras, modelo de países cultos y civilizados (…)”.

Pidamos a San Pablo VI que interceda para que podamos ser fieles y obedientes hijos de la Santa Iglesia Católica.

Crodegango.






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