"Unidos en Cristo para Evangelizar"
28 de Octubre de 2021
Formación de la conciencia y lista de pecados
 


Un asunto polémico en estos días fue el cuestionamiento de un grupo de apoderados de un colegio católico por la entrega de un documento a alumnos de cuarto básico, en el que se indicaban 36 conductas como pecados.

El texto dividido en tres columnas diferenciaba entre “pecados o faltas de amor con Dios”, “pecados o faltas de amor conmigo mismo” y “pecados o faltas de amor con otros”.

En algunos medios de comunicación se daba cuenta de la molestia del Centro de Padres. En lo medular, manifestaban aprehensiones teológicas y psicológicas por el hecho de entregar una “lista de pecados” en la que, según su parecer, se mezclan pecados con conductas no deseables, que podrían llevar a confusiones y el riesgo de “volverlos personas culposas y obsesivas, vulnerables a la coerción y a la manipulación”.

La preocupación de estos los padres es una invitación a reflexionar sobre la formación de nuestros niños y de los que ya no lo son, acerca de lo que es el pecado. La importancia del asunto queda en evidencia si reparamos que muchas personas que han sido formadas en colegios católicos aparecen apoyando medidas contrarias a la moral católica (como el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la eutanasia), o participan en fraudes bursátiles o tributarios y otras conductas dañinas de similar entidad, dejando al descubierto -como posible causa- una deficiente formación sobre lo que la teología califica como pecado.

Tienen razón los apoderados al criticar el reduccionismo a que puede llevar entregar una lista. La formación de una conciencia recta en esta materia se debe orientar a transmitir la hondura y el drama que produce el pecado en la vida del hombre, tanto individual como colectivamente.

La Iglesia no ha dejado nunca de intervenir dando pautas que permitan que todo hombre entienda lo que es el pecado y el grave daño que éste ocasiona. Como lo sintetiza el Catecismo, “el pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo que es el pecado, es preciso en primer lugar reconocer el vínculo profundo del hombre con Dios, porque fuera de esta relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la historia” (CIC 386).

Dentro de los documentos de obligada consulta está la Exhortación apostólica Reconciliatio et Paenitentia, publicada por el Papa Juan Pablo II en 1984. En ella se resume el conjunto de la doctrina católica sobre el pecado, la conversión del pecador y la pastoral de la reconciliación o penitencia. En síntesis, en este documento se nos recuerda que:

 - El pecado siempre es un acto personal que, en su esencia, es una desobediencia a Dios y a su ley.

- El pecado excluye a Dios de la vida del hombre y de la sociedad (RP 14).

- El pecado produce una fractura con Dios, consigo mismo y con el mundo en que vive (RP 2).

- Recuerda la distinción tradicional entre pecado mortal y pecado venial (RP 17).

Se debe admitir que educar a niños y jóvenes en esta materia actualmente está siendo especialmente difícil. Vivimos en una época en la que la cultura se caracteriza por una progresiva pérdida del sentido del pecado. En ciertos ámbitos se invocan distintas justificaciones para alentar conductas humanas que ofenden a Dios. Hay mucha gente que vive como si Dios no existiera.

Como lo señalaba el Papa Juan Pablo II, “estamos frente a un verdadero «vuelco o de una caída de valores morales» y «el problema no es sólo de ignorancia de la ética cristiana», sino «más bien del sentido de los fundamentos y los criterios de la actitud moral».

El efecto de este vuelco ético es también el de amortiguar la noción de pecado hasta tal punto que se termina casi afirmando que el pecado existe, pero no se sabe quién lo comete”. “La pérdida del sentido del pecado es, por lo tanto, una forma o fruto de la negación de Dios: no sólo de la atea, sino además de la secularista. Si el pecado es la interrupción de la relación filial con Dios para vivir la propia existencia fuera de la obediencia a Él, entonces pecar no es solamente negar a Dios; pecar es también vivir como si Él no existiera, es borrarlo de la propia existencia diaria.

Un modelo de sociedad mutilado o desequilibrado en uno u otro sentido, como es sostenido a menudo por los medios de comunicación, favorece no poco la pérdida progresiva del sentido del pecado. En tal situación el ofuscamiento o debilitamiento del sentido del pecado deriva ya sea del rechazo de toda referencia a lo trascendente en nombre de la aspiración a la autonomía personal, ya sea del someterse a modelos éticos impuestos por el consenso y la costumbre general, aunque estén condenados por la conciencia individual, ya sea de las dramáticas condiciones socio-económicas que oprimen a gran parte de la humanidad, creando la tendencia a ver errores y culpas sólo en el ámbito de lo social; ya sea, finalmente y sobre todo, del oscurecimiento de la idea de la paternidad de Dios y de su dominio sobre la vida del hombre” (Reconciliatio et Paenitentia).

El mismo Papa daba cuenta que “en el terreno del pensamiento y de la vida eclesial algunas tendencias favorecen inevitablemente la decadencia del sentido del pecado. Algunos, por ejemplo, tienden a sustituir actitudes exageradas del pasado con otras exageraciones; pasan de ver pecado en todo, a no verlo en ninguna parte; de acentuar demasiado el temor de las penas eternas, a predicar un amor de Dios que excluiría toda pena merecida por el pecado; de la severidad en el esfuerzo por corregir las conciencias erróneas, a un supuesto respeto de la conciencia, que suprime el deber de decir la verdad. Y ¿por qué no añadir que la confusión, creada en la conciencia de numerosos fieles por la divergencia de opiniones y enseñanzas en la teología, en la predicación, en la catequesis, en la dirección espiritual, sobre cuestiones graves y delicadas de la moral cristiana, termina por hacer disminuir, hasta casi borrarlo, el verdadero sentido del pecado? (…)” (RP).

Una medida concreta, que nos puede ayudar a mejorar en este aspecto, es hacer diariamente un examen de conciencia. Si hacemos un balance sincero de nuestras acciones y omisiones, estaremos atentos a luchar contra esta realidad que nos acompañará siempre, el pecado. Puede ser útil ejecutarlo formulando tres preguntas de cara a Dios: ¿Qué he hecho bien? ¿Qué he hecho mal? ¿Qué puedo hacer mejor mañana? Este ejercicio de piedad debe terminar con un propósito concreto, para poner en práctica y comenzar a luchar decididamente contra el pecado.

Para que el examen de conciencia no se convierta en una mera introspección psicológica, que es siempre infecunda para estos efectos, consideremos que “el pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como “una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna” (San Agustín, Contra Faustum manichaeum, 22, 27; San Tomás de Aquino, Summa theologiae, 1-2, q. 71, a. 6)”.  (CIC 1849).

Pidamos a Santa María, Refugio de los Pecadores, para que nos ayude a luchar siempre para no ofender a Dios.

Crodegango






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