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Hay épocas donde resulta más fácil alcanzar este ideal, atendido que las diferentes expresiones artísticas permiten elevar el espíritu a través de la literatura, teatro, obras de arte, cine, música, etc. Una buena experiencia visual o emotiva, cuando permite apreciar lo bello, es una forma de transcendencia o acercamiento a Dios.
Que una persona sea educada para apreciar y buscar lo bello que hay en la creación le ayuda evitar que su conciencia moral no se degrade y pierda su libertad.
Los católicos tenemos el deber de fomentar todas las expresiones del arte que eleven el espíritu. Somos herederos de una rica tradición cultural respecto de la que no se pueden hacer concesiones ni acomodos. La potencia creadora del cristianismo no ha cesado y tiene mucho aportar.
Como ocurre siempre, tenemos el buen ejemplo de los primeros cristianos, que tuvieron que enfrentar a un mundo pagano donde las diversiones no se caracterizaban precisamente por su humanidad. El tristemente célebre espectáculo de los gladiadores era organizado para saciar el apetito de violencia y la crueldad de centenares de espectadores. Los romanos aceptaban acríticamente esta actividad, a la que incluso le atribuían un fin educativo y fortalecedor del espíritu. Fue la perseverancia de los cristianos lo que logró erradicar esta diversión contraria a la dignidad de la persona humana. En las fuentes históricas, en la “Carta a Donato" (escrita en el año 246), San Cipriano describe esta aberración de manera insuperable: “se mata a un hombre para dar placer a otro hombre. Y el que alguien sepa matar es pericia, habilidad, arte. El crimen no solo se realiza, sino que se enseña ¿Puede haber algo más inhumano? ¿Puede haber algo más cruel? El saber matar es ciencia y el matar, motivo de gloria” (San Cipriano, A Donato, Madrid: Ciudad Nueva, 1991, pp. 121-122).
Como no se puede vivir sin la belleza, tenemos que esforzarnos por generar las condiciones que permita a todos acceder a las manifestaciones culturales que no deshumanicen. La estrategia más eficiente es generar alternativas para que, especialmente los jóvenes, puedan apreciar y optar por lo bello.
Por distintas razones, actualmente es fácil encontrar manifestaciones culturales donde predomina la fealdad. Se ha instalado un verdadero culto a lo feo. La ciudad está aniquilada por los rayados que destilan odio y resentimiento. Al caminar por lugares públicos abundan expresiones de arte callejero, que en muchos casos solo alientan lo vulgar. En el plano musical, nuestros niños y jóvenes entonan canciones de distintos géneros cuyo factor común son letras explícitas sobre sexo, droga, alcohol, violencia y marginalidad. Los videos que acompañan a esta industria de la entretención, en muchos casos, son de alto contenido erótico o derechamente pornográficos.
Aunque existen muchas excepciones, el culto por la fealdad termina siendo un impedimento para que nuestros jóvenes descubran lo bello y a través de esa experiencia espiritual puedan seguir la vocación que Dios les tiene preparada. El que opta por lo feo se priva de poder descubrir lo más hermoso que tenemos los seres humanos: Dios, nuestro creador.
Es francamente difícil que una persona atrapada por la cultura de lo horrendo tenga la sensibilidad para entender el contenido y profundidad del cristianismo. Más difícil todavía es que un joven que es rehén de la vida hedonista que alientan estas formas culturales de lo grotesco pueda pensar en responder a una vocación sacerdotal o religiosa o la de un simple laico comprometido. No es una exageración, pero muchos de ellos hoy están dispuestos a hacer grades sacrificios por conseguir una entrada para al concierto de despedida de Daddy Yankee, que optar expresiones culturales donde no prime la sensualidad y la chabacanería. Respecto de esto último, sigue siendo válida la observación de San Cipriano, cuando en la ya referida Carta a Donato se queja de la corrupción de los espectáculos que fomentan lo obsceno y los vicios, porque al exponerse a ellos se “despierta los sentidos, enciende la pasión, vence hasta la más recia conciencia de un corazón bueno” (p. 123).
Si optamos por seguir como pauta de conducta la búsqueda de lo bello, se nos facilita descubrir la hermosura que para nosotros tiene rostro humano: Jesucristo, Nuestro Señor.
Crodegango