"Unidos en Cristo para Evangelizar"
02 de Junio de 2022
La violencia de los jóvenes
 


Le podemos ayudar... En las últimas semanas se viene repitiendo una serie de hechos de violencia perpetrados por jóvenes.

Entre otros, han causado conmoción ataques repetidos al transporte público, en el cual un grupo de encapuchados hacen bajar a los pasajeros y proceden a incendiar el vehículo a vista y paciencia de los que quieren ver este episodio dantesco.

Interrogada sobre este acontecimiento, la alcaldesa de Santiago declaró a la televisión: “se está investigando la situación en términos de quiénes son las personas que están detrás”.

Es loable que la autoridad colabore a que se investigue y determinen los responsables, para tomar las medidas legales correspondientes.

Sin embargo, si queremos encontrar una solución real al problema tenemos que ir más allá y responder a la pregunta: ¿Qué enseñanza moral se transmite en la educación a nuestros jóvenes? La respuesta que demos puede ayudar a descubrir que está detrás de este delicado asunto que nos aqueja como sociedad.

Todo joven, durante su proceso de formación, requiere que se les dé a entender la existencia y el fundamento de las reglas morales que rigen las actuaciones personales y sociales. En una sociedad plural estas respuestas son variadas, pero naturalmente no todas pueden ser verdaderas o completas.

Si se sigue el legado de la cultura judeo-cristiana, los jóvenes conocerían la existencia de los Diez Mandamientos. A través de ellos sabrán que Dios ha revelado a los hombres una serie de reglas elementales para poder actuar rectamente en la vida: 

1.    Adorar y amar a Dios sobre todas las cosas.

2.    Respetar el nombre de Dios.

3.    Santificar el día del Señor.

4.    Honrar padre y madre.

5.    No matar.

6.    No cometer acciones impuras.

7.    No robar.

8.    No levantar falso testimonio ni mentir.

9.    No consentir en pensamientos impuros.

10. No codiciar bienes ajenos.

Sin embargo, la diversidad cultural existente admite que los jóvenes reciban una formación moral diversa de la anterior. En nuestra sociedad compiten distintas cosmovisiones. Dentro de ellas, hay varias que están inspiradas en ideologías ateas que alientan diversas formas de violencia y que, en gran medida, son las que explican las conductas destructivas y autodestructivas que hoy nos escandalizan.

Se debe reconocer que muchos jóvenes hoy son las víctimas de un problema educacional severo. Algunos adultos encargados de formar sus mentes inoculan una serie de venenos que terminan por intoxicar el alma de la juventud con el resentimiento y el odio. De este modo, se les forma en una lógica de guerra fratricida. Se les convence que existen estructuras sociales injustas mantenidas por opresores que, como enemigos, hay que eliminar. También se les recluta para defensas fanáticas e irracionales de la naturaleza, que terminan por convencerlos que el hombre es el gran depredador al que hay combatir.

Esto último explica que parte de nuestra juventud esté disponible para acciones que eviten el sufrimiento de los perros callejeros o para liberar animales cautivos, pero no para cuestionarse sobre la maldad que significa el horrendo exterminio de miembros de la familia humana a través del crimen de aborto, el que se proclama como un derecho sin ningún límite.

Comentario aparte merece la formación de la moral personal en la que se exalta el hedonismo como forma de vida. Se vive para el placer, en términos que para conseguirlo se esté dispuesto a todo, sin reparar que muchas de sus conductas son mezquinas, egoístas o hipócritas. En esta moral del placer varios han perdido la posibilidad de elegir entre el bien y el mal. Estos hedonistas convencidos han preferido entregar su libertad a diversos ídolos, como el sexo, la marihuana, el alcohol, el “carrete permanente”, convencidos que allí lograran el nirvana. Está claro que lo único que consiguen es quedar incapacitados para participar en proyectos que demandan ejecutar grandes ideales.

Como suele ocurrir siempre, el cristianismo tiene una respuesta radicalmente diferente a la moral libertina. Los jóvenes que han descubierto a Cristo, y lo toman como modelo de vida, saben que la violencia no es el camino; saben que la paz es una obligación moral que se construye individual y colectivamente.

Los jóvenes que conocen y siguen a Cristo saben que la paz es un fruto de la caridad, esto es, una virtud por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios (CIC 1822). Estos jóvenes conocen que Jesús hizo de la caridad el mandamiento nuevo (cf Jn 13, 34), que obliga cumplir el mandato de Jesús: “Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15, 12).

La formación en la moral cristiana y su vivencia práctica en el día a día aumenta la capacidad de amar. Es a partir de esa realidad donde se pueden alcanzar las obras de paz que surgen del corazón de un hombre o mujer enamorado. ¡El que no ama no puede estar en paz!

Por nuestra parte los adultos tenemos un gran desafío para que estos jóvenes violentos descubran el camino de conversión, que supone facilitar el encuentro personal con Jesucristo. Tenemos el gran desafío de ayudar a que sean liberados de la intoxicación espiritual que genera el odio y el resentimiento, para que puedan descubrir el plan salvador que Dios les tiene preparado. Tenemos que llegar a ellos pronto y decirles que Dios siempre los está llamando a ser santos.

Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude buscar nuestra conversión y la de tantos jóvenes que no conocen que Jesús es la única fuente de paz.

Crodegango

 






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