"Unidos en Cristo para Evangelizar"
19 de Julio de 2018
El Padre Roberto nos comparte la vida de Santiago Apóstol
 



Apreciados amigos,

El día 25 de julio celebramos a Santiago Apóstol, patrono de nuestra ciudad de Santiago de Chile y también  patrono de España.

Aquí les entrego una reseña del Apóstol para conocimiento de él y para su veneración. Recemos mucho por nuestra gran ciudad para que su Patrono, el Apóstol Santiago, la proteja y que todos los que vivimos acá nos acerquemos más y más a Dios nuestro Señor.

Los saludos y bendice su párroco,

Roberto Espejo Fuenzalida, Pbro.

 

En el Nuevo Testamento, en los Evangelios,  se alude  a él bajo el nombre de Jacobo, término que pasó al latín como Iacobus y derivó en nombres como Iago, Tiago y Santiago (sanctus Iacobus). Santiago de Zebedeo o Santiago el Mayor fue uno de los primeros discípulos en derramar su sangre y morir por Jesús. Miembro de una familia de pescadores, hermano de Juan Evangelista -ambos apodados Boanerges (‘Hijos del Trueno’), por su temperamento impulsivo- y uno de los tres discípulos más cercanos a Jesucristo, el apóstol Santiago no sólo estuvo presente en los momentos más importantes de la vida del Mesías  -la transfiguración en el monte Tabor y la oración en el huerto de los Olivos-, sino que también formó parte del grupo restringido que fue testigo de sus milagros, y de su aparición ya resucitado a orillas del lago de Tiberíades.

Tras la muerte de Cristo, Santiago, apasionado e impetuoso, formó parte del grupo inicial de la Iglesia primitiva de Jerusalén y, en su labor evangelizadora, se le adjudicó, según las tradiciones medievales, el territorio peninsular español, concretamente la región del noroeste, conocida entonces como Gallaecia.
 

La llegada de los restos del Apóstol a Compostela

Los supuestos testamentos (Evangelios Apócrifos) relatan que, antes de morir, la Virgen María recibió la visita de Jesús resucitado, a quién le pidió pasar sus últimos días rodeada de los apóstoles, que se encontraban dispersos por todo el mundo. Su hijo le permite que sea ella misma, a través de apariciones milagrosas, la que avise a los discípulos y, de esta forma, la Virgen se hace presente sobre un pilar en Zaragoza frente al apóstol Santiago y siete varones, episodio hoy venerado en la basílica de Nuestra Señora del Pilar.

Junto a estos siete varones  Santiago vuelve a Jerusalén. Allí, los siete, fueron ordenados obispos en Roma por San Pedro y recibieron la misión de evangelizar en Hispania. Estando en Jerusalén  fue torturado y decapitado en el año 42 por orden de Herodes Agripa I, rey de Judea.

Fueron estos siete discípulos, relata la leyenda, los que, tras escaparse aprovechando la oscuridad de la noche, trasladaron el cuerpo del apóstol Santiago en una barca hasta Galicia, adonde arribaron a través del puerto de Iria Flavia (actual Padrón). Los varones depositaron el cuerpo de su maestro en una roca -que fue cediendo y cediendo, hasta convertirse en el Sarcófago Santo- para visitar a la reina

Lupa era la reina que entonces dominaba desde su castillo las tierras donde ahora se asienta Compostela La visitaron y solicitaron a la poderosa monarca pagana tierras para sepultar a Santiago.

La reina acusó a los recién llegados de pecar de soberbia y los envió a la corte del vecino rey Duyos, enemigo del cristianismo, que acabó encerrándolos. Según la tradición, un ángel (en otros relatos, un resplandor luminoso y estrellado) liberó a los siete hombres de su cautiverio y, en su huida, un nuevo milagro acabó con la vida de los soldados que corrían tras ellos al cruzar un puente. Lupa, atónita ante esto y muchos otros  episodios, se rindió y se convirtió al cristianismo, mandó derribar todos los lugares de culto celta y cedió su palacio particular para enterrar al Apóstol. Hoy se erige en su lugar la catedral de Santiago.
 

El milagroso hallazgo de los restos en el "Campo de la Estrella"

No fue hasta ocho siglos más tarde, en el año 813, cuando un ermitaño llamado Paio alertó al obispo de Iria Flavia, Teodomiro, de la extraña y potente luminosidad de una estrella que observó en el monte Libredón (de ahí el nombre de Compostela, campus stellae, ‘Campo de la Estrella’). Bajo la maleza, al pie de un roble, se encontró un altar con tres monumentos funerarios. Uno de ellos guardaba en su interior un cuerpo degollado con la cabeza bajo el brazo. A su lado, un letrero rezaba: «Aquí yace Santiago, hijo del Zebedeo y de Salomé».

El religioso, por revelación divina, atribuyó los restos óseos a Santiago, Teodoro y Atanasio, dos de los discípulos del Apóstol compostelano, e informó del descubrimiento al rey galaico-astur Alfonso II el Casto, que, tras visitar el lugar, nombró al Apóstol   patróno del reino y mandó construir una iglesia en su honor. Pronto se extendió por toda Europa la existencia del sepulcro y el apóstol Santiago se convirtió en el gran símbolo de la Reconquista española. El rey de Asturias fue solo el primero de toda la marea de peregrinos que vinieron después al Camino de Santiago.

La autenticidad de los restos del apóstol Santiago ha generado, sin embargo, no pocos y encendidos debates y protagonizado meticulosas investigaciones. El inverosímil traslado  -por la dificultad que supone – del cuerpo del discípulo de Jesús hasta suelo gallego es solo una de las muchas lagunas de una tradición que se mueve entre el rigor histórico y las leyendas mágicas. Estudios arqueológicos han demostrado que Compostela era una necrópolis precristiana, pero jamás se han practicado investigaciones científicas sobre los restos que custodian los muros de la Catedral.

Según la tradición oral, en el siglo XVI estos restos de Santiago tuvieron que ser escondidos para evitar la profanación de los piratas que amenazaron la ciudad compostelana tras desembarcar en el puerto de A Coruña (mayo de 1589). Las excavaciones llevadas a cabo a finales del siglo XIX, al perderse la pista de los restos de Santiago, revelaron la existencia de un escondite -dentro del ábside, detrás del altar principal, pero fuera del edículo que habían construido los discípulos- de 99 centímetros de largo y 30 de ancho, donde se ocultaron, y se perdieron, durante años, los huesos del Apóstol. En 1884 el papa León XIII reconoció oficialmente este segundo hallazgo.

   






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