"Unidos en Cristo para Evangelizar"
22 de Diciembre de 2023
El nacimiento de Jesucristo y la historia de la espiritualidad
 


Nos aprestamos a celebrar el nacimiento de Jesucristo. Por designio divino, a partir la encarnación de nuestro Señor comienza la historia del cristianismo. Eso es lo que celebramos en estos días.

Con el inicio de su vida pública Jesucristo comenzó a difundir su Mensaje, que luego se pondría por escrito en los Evangelios. La expansión del cristianismo es, sin duda, la manifestación más hermosa de la espiritualidad del hombre, que se empeña por transmitir a otros lo que Dios quiere enseñar a los hombres. Los cristianos que han acogido y vivido el mandato del Señor de “id y predicad el Evangelio”, han sido simples ejecutores de un plan de salvación previsto para todos.

La riqueza del cristianismo, entre otras manifestaciones, se advierte en su larga historia de espiritualidad. Con la vida de los primeros cristianos, que recibieron directamente la enseñanza de Nuestro Señor Jesucristo, de la Virgen María y de los Apóstoles, se inició una forma de vida que nunca ha cesado y que seguiremos viviendo hasta que Cristo vuelva el gloria y majestad.

La variedad de fundadores, religiosos, sacerdotes y laicos, que han abierto diferentes caminos de espiritualidad para seguir a Cristo, demuestra que el cristianismo solo se explica por la actuación de la Santísima Trinidad en cada uno de nosotros.

Nuestra época, como todas las que han vivido los cristianos, plantean sus propios desafíos y problemas. Basta examinar la vida de cualquiera de los miles de santos canonizados para descubrir que cada uno de ellos debió enfrentar, según su época y circunstancias, distintas circunstancias para imitar ejemplarmente a Cristo.

Para poder reflexionar sobre las exigencias espirituales de nuestro tiempo es pertinente recordar el Capítulo V de la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, cuando nos exhorta:

“40. El divino Maestro y Modelo de toda perfección, el Señor Jesús, predicó a todos y cada uno de sus discípulos, cualquiera que fuese su condición, la santidad de vida, de la que Él es iniciador y consumador: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48) [122]. Envió a todos el Espíritu Santo para que los mueva interiormente a amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas (cf. Mt 12,30) y a amarse mutuamente como Cristo les amó (cf. Jn 13,34; 15,12). Los seguidores de Cristo, llamados por Dios no en razón de sus obras, sino en virtud del designio y gracia divinos y justificados en el Señor Jesús, han sido hechos por el bautismo, sacramento de la fe, verdaderos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y, por lo mismo, realmente santos. En consecuencia, es necesario que con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen en su vida la santificación que recibieron (…)”.

En el mimo documento se indica: “Es, pues, completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad [124], y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena. En el logro de esta perfección empeñen los fieles las fuerzas recibidas según la medida de la donación de Cristo, a fin de que, siguiendo sus huellas y hechos conformes a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, se entreguen con toda su alma a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Así, la santidad del Pueblo de Dios producirá abundantes frutos, como brillantemente lo demuestra la historia de la Iglesia con la vida de tantos santos”.

Conviene entonces, preguntarse frente al pesebre que nos acompaña en nuestros hogares o en las parroquias durante este tiempo: ¿Tengo conciencia del rol que Dios me asigna en la historia espiritual del cristianismo? ¿Celebro el nacimiento de Cristo como lo que efectivamente es, o me sumo a un consumismo embrutecedor?

Crodegango.






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