"Unidos en Cristo para Evangelizar"
11 de Marzo de 2021
La píldora anticonceptiva y la revolución frustrada
 


¿Qué nos ha traído la supuesta "revolución sexual"?

Estas últimas semanas ha recibido amplia cobertura periodística la denuncia de un grupo de mujeres que prepararan una demanda contra el Estado de Chile, alegando la falla de los anticonceptivos entregados en el programa de planificación familiar.

La noticia da cuenta de un problema serio, que invita a considerar varios puntos vinculadas con la dignidad de la persona.

Desde 1967 el Estado chileno tiene implementado un “Programa de Planificación Familiar y Paternidad Responsable”. Uno de los fundamentos para su instauración era “promover el bienestar familiar, favoreciendo el ejercicio del derecho a una paternidad responsable”. Esa política ha sido complementada en los últimos lustros por la oferta gratuita de esterilización a las mujeres y por el aborto en tres causales (desde la ley el 2017).

Transcurrido medio siglo los resultados de este plan sanitario se comienzan a percibir. La tasa de nacimientos va en franco descenso. Chile tiene cada vez menos niños entre 0 y 14 años (www. INE.cl). La tasa de fecundidad ha bajado un 65% en cinco décadas.

En el plano cultural se ha instalado una concepción de la sexualidad que no coincide con la visión cristiana del hombre. Así, por ejemplo, las madres que preparan la demanda sostienen que el Estado les ha causado un daño por el hecho de haber quedado embarazadas. En su visión de las cosas, la sexualidad humana es una actividad que debe estar separara de la procreación. En esa lógica, el Estado debería asegurar “el derecho al sexo”, pero si de esa actividad humana resulta algo que le es inherente, como la concepción, surgiría un derecho a reclamar perjuicios. También se alude a la categoría de los “hijos no deseados”, sin reparar que esta calidad es francamente denigrante, menos en una sociedad que se vanagloria de proponer políticas encaminadas a la inclusión y la no discriminación.

Los defensores del antinatalismo, por su parte, proclaman la existencia de los “derechos sexuales y reproductivos”, cuya titularidad recaería en la mujer. A través de estas prerrogativas ellas podrían decidir, libremente, el número de hijos que desea procrear, emancipándose de este modo de la cultura machista y patriarcal.

En esta materia es obligatorio considerar las enseñanzas de la Iglesia Católica sobre la moral sexual, contenidas fundamentalmente en la Humanae Vitae, encíclica publicada por el papa San Pablo VI, el 25 de julio de 1968. En este documento ya se advertía sobre las “graves consecuencias de los métodos de regulación artificial de la natalidad”, señalando que:

“El camino fácil y amplio que se abriría a la infidelidad conyugal y a la degradación general de la moralidad. No se necesita mucha experiencia para conocer la debilidad humana y para comprender que los hombres, especialmente los jóvenes, tan vulnerables en este punto tienen necesidad de aliento para ser fieles a la ley moral y no se les debe ofrecer cualquier medio fácil para burlar su observancia. Podría también temerse que el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoísta y no como a compañera, respetada y amada”.

Reflexiónese también sobre el arma peligrosa que de este modo se llegaría a poner en las manos de autoridades públicas despreocupadas de las exigencias morales. ¿Quién podría reprochar a un gobierno el aplicar a la solución de los problemas de la colectividad lo que hubiera sido reconocido lícito a los cónyuges para la solución de un problema familiar? ¿Quién impediría a los gobernantes favorecer y hasta imponer a sus pueblos, si lo consideraran necesario, el método anticonceptivo que ellos juzgaren más eficaz? En tal modo los hombres, queriendo evitar las dificultades individuales, familiares o sociales que se encuentran en el cumplimiento de la ley divina, llegarían a dejar a merced de la intervención de las autoridades públicas el sector más personal y más reservado de la intimidad conyugal.

Por tanto, sino se quiere exponer al arbitrio de los hombres la misión de engendrar la vida, se deben reconocer necesariamente unos límites infranqueables a la posibilidad de dominio del hombre sobre su propio cuerpo y sus funciones; límites que a ningún hombre, privado o revestido de autoridad, es lícito quebrantar. Y tales límites no pueden ser determinados sino por el respeto debido a la integridad del organismo humano y de sus funciones, según los principios antes recordados y según la recta inteligencia del "principio de totalidad" ilustrado por nuestro predecesor Pío XII". 

No se requiere gran agudeza intelectual para advertir que la “revolución sexual” prometida por la píldora anticonceptiva no llegó. El panorama es desolador y muestra que las grandes damnificadas en este asunto son las mujeres, tal como se aprecia de cuatro situaciones que son paradójicas.

Primero. Mujeres que naturalmente son fértiles terminan siendo infértiles.

Segundo. La cultura machista celebra la anticoncepción, ya que ha permitido que se reduzca a la mujer a un objeto de placer sexual, con prescindencia de las leyes de la naturaleza. El estereotipo del cántico de celebres Las Tesis, “el macho opresor”, celebra extasiado en su egoísmo.

Tercero. Se ha facilitado una “anarquía sexual”. El sexo ha quedado equiparado a la “cajita feliz” de una cadena de hamburguesas, que se puede obtener en cuanto los instintos básicos lo reclamen.

Cuarto. Las relaciones de compromiso, a través del matrimonio, van en franco retiro. Esto se ve avalado por el hecho que en nuestro país el 75% de los niños nacen fuera del matrimonio. Además, conforme las estadísticas oficiales, de cada 1000 personas en edad de casarse, sólo tres lo hacen hoy en Chile. Estamos en la tasa de nupcialidad civil más baja de nuestra historia. La convivencia, con todo lo que ello implica, se proyecta como la forma de familia mayoritaria entre nosotros.

La respuesta de los católicos en estos asuntos debe considerar que la Iglesia cumple su deber al enseñar los auténticos valores humanos, que como tales son cristianos. Los que piensan que las situaciones de pobreza obligan a cambiar la doctrina sobre la anticoncepción artificial, harían un mejor aporte si centraran sus fuerzas en ayudar a cambiar las condiciones sociales, para permitir a todos a vivir de manera más humana.

No debemos olvidar que la observancia de las normas morales que la Iglesia proclama para sus hijos asegura el camino para vivir en la auténtica libertad. Los católicos tenemos el deber de mostrar el camino del amor conyugal, que es plenamente humano cuando es total, fecundo, fiel y exclusivo hasta la muerte (Humanae Vitae, punto 9).

Para defender este tema contamos con la intercesión y el ejemplo de san Pablo VI (1897-1878), que fue canonizado el 14 de octubre de 2018 por el papa Francisco.  Su defensa de la dignidad del amor conyugal, incluso en medio de dificultades e incomprensiones dentro de la misma Iglesia, es una invitación a vivir la vocación universal a la santidad para todo matrimonio católico. 

Pidamos la Santísima Trinidad que en esta Cuaresma nos ayude a abrazar en nuestros proyectos humanos una concepción del hombre que no ofenda a Dios, entendiendo que la única “paternidad responsable” es la prevista en el plan divino.

 Crodegango






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