"Unidos en Cristo para Evangelizar"
21 de Abril de 2021
Chile, Tierra de Misiones (II)
 


El trabajo misional al que estamos llamados todos los católicos, ha sido una constante en la historia de la Iglesia.

La preocupación por predicar el Evangelio, a través del trabajo misional al que estamos llamados todos los católicos, ha sido una constante en la historia de la Iglesia.

El Papa Francisco, el año 2013 publicó su Exhortación apostólica Evangelii gaudium, sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual. Allí nos dice: “La alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera. La experimentan los setenta y dos discípulos, que regresan de la misión llenos de gozo (cf. Lc 10,17). La vive Jesús, que se estremece de gozo en el Espíritu Santo y alaba al Padre porque su revelación alcanza a los pobres y pequeñitos (cf. Lc 10,21). La sienten llenos de admiración los primeros que se convierten al escuchar predicar a los Apóstoles «cada uno en su propia lengua» (Hch 2,6) en Pentecostés. Esa alegría es un signo de que el Evangelio ha sido anunciado y está dando fruto. Pero siempre tiene la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del caminar y sembrar siempre de nuevo, siempre más allá. El Señor dice: «Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido» (Mc 1,38). Cuando está sembrada la semilla en un lugar, ya no se detiene para explicar mejor o para hacer más signos allí, sino que el Espíritu lo mueve a salir hacia otros pueblos”. (EG punto 21)

Por su parte, los Obispos Latinoamericanos y del Caribe, reunidos en Aparecida (Brasil) expusieron: “La Iglesia está llamada a repensar profundamente y relanzar con fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstancias latinoamericanas y mundiales. No puede replegarse frente a quienes sólo ven confusión, peligros, amenazas, o de quienes pretenden cubrir la variedad y complejidad de situaciones con una capa de ideologismos gastados o de agresiones irresponsables. Se trata de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos misioneros. Ello no depende tanto de grandes programas y estructuras, sino de hombres y mujeres nuevos que encarnen dicha tradición y novedad como discípulos de Jesucristo y misioneros de su Reino”.

Siguiendo los consejos prácticos del Papa Francisco en la Evangelii gaudium, la misión que debemos llevar adelante pasa por salir de nuestro aislamiento y comodidad y apasionarnos en “comunicar vida a los demás”; al asumir el rol de un evangelizador no debemos tener “permanentemente cara de funeral”; “no podemos ser evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino ministros del Evangelio”, “cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo”; ofrecer un anuncio renovado a los creyentes y también a los tibios o no practicantes; tener claro que “cualquier forma de evangelización el primado es siempre de Dios, que quiso llamarnos a colaborar con Él e impulsarnos con la fuerza de su Espíritu. La verdadera novedad es la que Dios mismo misteriosamente quiere producir, la que Él inspira, la que Él provoca, la que Él orienta y acompaña de mil maneras. En toda la vida de la Iglesia debe manifestarse siempre que la iniciativa es de Dios, que «Él nos amó primero» (1 Jn 4,19) y que «es Dios quien hace crecer» 1 Co 3,7). Esta convicción nos permite conservar la alegría en medio de una tarea tan exigente y desafiante que toma nuestra vida por entero. Nos pide todo, pero al mismo tiempo nos ofrece todo”. (EG 10, 11, 12).

En esta alta misión, si estamos bien dispuestos, recibiremos la ayuda de los siete dones del Espíritu Santo: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

De manera particular, para cumplir con el encargo misionero pidamos el don del temor de Dios, que como lo explica el Papa Francisco, “no significa tener miedo de Dios”. “El temor de Dios nos hace tomar conciencia de que todo viene de la gracia y que nuestra verdadera fuerza está únicamente en seguir al Señor Jesús y en dejar que el Padre pueda derramar sobre nosotros su bondad y su misericordia”. “Cuando estamos invadidos por el temor de Dios, entonces estamos predispuestos a seguir al Señor con humildad, docilidad y obediencia”. “Es un don que hace de nosotros cristianos convencidos, entusiastas, que no permanecen sometidos al Señor por miedo, sino porque son movidos y conquistados por su amor. Ser conquistados por el amor de Dios. Y esto es algo hermoso. Dejarnos conquistar por este amor de papá, que nos quiere mucho, nos ama con todo su corazón” (audiencia del 11 de junio de 2014, explicando los siete dones del Espíritu Santo).

Crodegango






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