"Unidos en Cristo para Evangelizar"
11 de Junio de 2021
Los Papas del siglo veinte (III)
 


Giacomo Della Chiesa, nació en Génova el 21 de noviembre de 1854. Falleció en Roma el 22 de enero de 1922. Fue Papa, con el nombre de Benedicto XV entre el 3 de septiembre de 1914 hasta su muerte.

Benedicto XV (1914-1922).

Giacomo Della Chiesa, nació en Génova el 21 de noviembre de 1854. Falleció en Roma el 22 de enero de 1922. Fue Papa, con el nombre de Benedicto XV entre el 3 de septiembre de 1914 hasta su muerte.

Es una buena presentación de este pontífice lo expuesto por Joseph Ratzinger, cuando manifestaba, “he querido llamarme Benedicto XVI para unirme espiritualmente al venerado Pontífice Benedicto XV, que guio la Iglesia en un periodo atormentado a causa del primer conflicto mundial. Fue valiente y auténtico profeta de la paz y se dedicó con valeroso coraje en primer lugar a evitar el drama de la guerra y después a eliminar sus consecuencias nefastas” (discurso en la audiencia general del 27 de abril de 2005).

Para entender la misión de este Papa, y de sus sucesores, recordemos que el siglo XX de Europa fue un siglo de dos guerras mundiales. La primera de ellas, entre 1914 a 1919, dio inició décadas de verdadera autodestrucción. Fue una conflagración principalmente entre pueblos cristianos, que no dejó nada sin remover. Es un hecho documentado que los soldados rezaban antes de las batallas y luego, los que sobrevivían, agradecían a Dios permanecer vivos. Hasta el día de hoy sorprende que la Nochebuena de 1914 los soldados hicieran una tregua para cantar el más conocido villancico alemán: “Noche de Paz”. Lamentablemente ese episodio quedó en plano lo anecdótico, puesto que la guerra terminaría costando la vida a 60 millones de personas considerando civiles y militares.

En 1914 fue elegido Benedicto XV, para suceder a San Pío X.

Al asumir este Papa el conflicto mundial ya había comenzado y el Papa mantuvo la postura de neutralidad de la Iglesia, lo que fue materia de críticas durante toda la conflagración. Cada bando pedía que el Papa saliera en apoyo de sus posiciones.

En este contexto se explica que la primera Encíclica de su pontificado, Ad Beatissimi Apostolorum (de 1 de noviembre de 1914), fuera un llamado a la paz y a considerar las causas que había generado esta horrible situación. En ella el Pontífice manifiesta “su amargo dolor” por el espectáculo que presenta Europa. La descripción del panorama que hace el Papa es conmovedora: “Por todos lados domina el temible fantasma de la guerra: apenas hay lugar para otro pensamiento en la mente de los hombres. Los combatientes son las naciones más grandes y ricas de la tierra; qué maravilla, entonces, si, bien provistos de las armas más espantosas que la ciencia militar moderna ha ideado, se esfuerzan por destruirse unos a otros con refinamientos de horror. No hay límite para la medida de la ruina y la matanza; día tras día la tierra se empapa de sangre recién derramada y se cubre con los cuerpos de los heridos y de los muertos. ¿Quién se imaginaría, al verlos tan llenos de odio el uno por el otro, que son todos de una misma estirpe, todos de la misma naturaleza, todos miembros de la misma sociedad humana? ¿Quién reconocería a los hermanos cuyo Padre está en los cielos? Sin embargo, mientras con innumerables tropas se libra la furiosa batalla, las tristes cohortes de la guerra, el dolor y la angustia se precipitan sobre cada ciudad y cada hogar; día a día aumenta el gran número de viudas y huérfanos, y con la interrupción de las comunicaciones, el comercio se paraliza; se abandona la agricultura; las artes se reducen a la inactividad; los ricos tienen dificultades; los pobres se reducen a la miseria abyecta; todos están en peligro”.

En la misma Encíclica, el Papa manifiesta que no es sólo la contienda sanguinaria lo que le angustia, llena de ansiedad y de preocupación. Agrega que, también le preocupa lo que estima es la causa fundamental de la terrible guerra, señalando: “Porque desde que los preceptos y prácticas de la sabiduría cristiana dejaron de observarse en el gobierno de los estados, se siguió que, como contenían la paz y la estabilidad de las instituciones, los cimientos mismos de los estados necesariamente comenzaron a tambalearse”. 

Agrega el Papa que existe una raíz más profunda todavía de los males y que es la codicia de dinero. Citando al Evangelio señala, “el mismo apóstol nos dice lo que es: “El deseo de dinero es la raíz de todos los males” (I. Tim . 6: 10). Si alguien considera los males bajo los cuales la sociedad humana está trabajando actualmente, se verá que todos brotan de esta raíz”. Luego agrega señala, en palabras que impactan por su vigencia, que: “15. Una vez que las mentes plásticas de los niños han sido moldeadas por escuelas ateas, y las ideas de las masas inexpertas han sido formadas por una mala prensa diaria o periódica, y cuando por medio de todas las demás influencias que dirigen la opinión pública, ha habido inculcado en la mente de los hombres el error más pernicioso de que el hombre no debe esperar un estado de felicidad eterna; pero que es aquí, aquí abajo, donde ha de ser feliz en el goce de la riqueza, el honor y el placer: ¡qué maravilla que aquellos hombres cuya naturaleza misma fue hecha para la felicidad deban con toda la energía que los impulsa a buscar ese muy bien!, desglosar todo lo que retrase o impida su obtención. Y como estos bienes no se dividen por igual entre los hombres, y como es deber de la autoridad en el Estado impedir que la libertad de que disfruta el individuo traspase sus debidos límites e invada lo ajeno, ocurre que se odia a la autoridad pública y se enciende la envidia de los infortunados contra los más afortunados. Así estalla la lucha de una clase de ciudadanos contra otra, uno tratando por todos los medios de obtener y tomar lo que quiere tener, el otro tratando de retener y aumentar lo que posee”.

Concluida la Primera Guerra Mundial, el 23 de mayo de 1920 publicó su Encíclica sobre la paz: Pacem Dei Munus Pulcherrimum (la paz hermoso don de Dios). En ella llama a la reconciliación basada en el perdón mutuo u en la caridad cristiana. Es interesante en este documento el señalamiento del rol de la Iglesia en el devenir del hombre, cuando señala:

“14. Unidas de este modo las naciones según los principios de la ley cristiana, todas las empresas que acometan en pro de la justicia y de la caridad tendrán la adhesión y la colaboración activa de la Iglesia, la cual es ejemplar perfectísimo de sociedad universal y posee, por su misma naturaleza y sus instituciones, una eficacia extraordinaria para unir a los hombres, no sólo en lo concerniente a la eterna salvación de éstos, sino también en todo lo relativo a su felicidad temporal, pues la Iglesia sabe llevar a los hombres a través de los bienes temporales de tal manera que no pierdan los bienes eternos. La historia demuestra que los pueblos bárbaros de la antigua Europa, desde que empezaron a recibir el penetrante influjo del espíritu de la Iglesia, fueron apagando poco a poco las múltiples y profundas diferencias y discordias que los dividían, y, constituyendo, finalmente, una única sociedad; dieron origen a la Europa cristiana, la cual, bajo la guía segura de la Iglesia, respetó y conservó las características propias de cada nación y logró establecer, sin embargo, una unidad creadora de una gloriosa prosperidad (…)”.

En el terreno espiritual, entre otras iniciativas, impulsó la difusión al Sagrado Corazón de Jesús. Como se sabe, en esta devoción ocupa un lugar destacado Santa Margarita María Alacoque, la que fue canonizada el 13 de mayo de 1920 por el Papa Benedicto XV. También canonizó a San Gabriel de la Dolorosa y Santa Juana de Arco. 

Al examinar la figura de este Papa conviene formular el siguiente examen de conciencia: ¿Soy instrumento de paz o de guerra? ¿Considero el Sagrado Corazón de Jesús como fuente de paz? ¿Soy codicioso? ¿Tengo un apego desordenado al dinero y los bienes? 

Crodegango.






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