"Unidos en Cristo para Evangelizar"
12 de Enero de 2022
La vida monacal cristiana
 


El próximo 17 de enero se celebra la fiesta de San Antonio Abad. Vivió entre el año 250 y el 355, aproximadamente.

Es reconocido como uno de los pioneros del monacato cristiano. El descubrimiento de su vocación proviene de haber escuchado las palabras de Mt. 19, 21 como dirigidas a él y cambia de vida ("Vende todo lo que tienes, dalo a los pobres, y ven sígueme"). Tal como se relata en la Vida de Antonio, compuesta por San Atanasio, esto se produjo de la siguiente forma: 

“2. 1. Después de la muerte de sus padres, quedó solo con su hermana, más pequeña. Tenía dieciocho años o veinte años y se ocupaba de la casa y de su hermana. 2. No habiendo transcurrido aún seis meses desde la muerte de sus padres se dirigía de la Casa del Señor, como era su costumbre, y recogiendo sus pensamientos meditaba en todo esto: cómo los apóstoles abandonaron todo para seguir al Salvador y cómo aquellos hombres que se hablaba en los Hechos, vendían sus bienes, los llevaban y los depositaban a los pies de los apóstoles para que fueran distribuidos entre los necesitados; y que gran esperanza les está reservada en el cielo. 3. Con estos pensamientos entró en la Iglesia, en ese momento se leía el Evangelio, y oyó que el señor decía al rico: 'Si quieres ser perfecto, ve, vende todas sus posesiones y dáselas a los pobres; y ven y sígueme, y tendrás un tesoro en los cielos.' 4. Y Antonio, como si el recuerdo de los santos le hubiera sido inspirado por Dios y pensando que esta lectura había sido leída para él, al momento salió de la Casa del Señor y entregó los bienes que había heredado de sus padres a sus conciudadanos, trescientas aruras de tierra muy fértil y excelente, para que no fueran una molestia para él y para su hermana. 5. Vendió todos los demás bienes muebles y, reuniendo una gran suma de dinero, la dio a los pobres, reservando una pequeña cantidad para su hermana” (San Atanasio, Vida de Antonio, Madrid: Ciudad Nueva, 1995, pp. 34-35).

La vida de San Antonio es uno de los tantos ejemplos de los que han descubierto, ya por siglos, en el monacato el camino para seguir al Señor.

La importancia de la vida monástica en la Iglesia Católica es desconocida por muchos actualmente. Esta situación lleva a que no se comprendan el sentido que esta vocación representa en los distintos caminos de seguimiento de Cristo.

Para entender este camino recordemos que “Monje” significa etimológicamente “solitario”. A partir de esta definición la palabra se aplica al que se aparta de la convivencia normal entre los hombres, buscando una relación más directa con Dios. 

El monacato cristiano ha adoptado diversas formas, que se explican por los diversos carismas concedidos a los fundadores de las diversas Órdenes. En términos generales, “se llaman Órdenes (Órdenes regulares) aquellos Institutos en los que, según la propia historia e índole o naturaleza, se emiten votos solemnes, al menos, por una parte, de sus miembros. Todos los miembros de las Órdenes se llaman Regulares, y si son de sexo femenino, Monjas. Los demás Institutos religiosos se llaman Congregaciones o Congregaciones religiosas y sus miembros Religiosos de votos simples (can. 1192 §2). Las Órdenes preceden históricamente a las Congregaciones”. “Los monjes, desde el punto de vista histórico, son los primeros religiosos que vivían en comunidad. En la actualidad la organización monástica tiene la característica de ser autónoma es decir no centralizada, siendo autónomas (sui iuris) cada una de las Abadías o Prioratos conventuales: ello comporta una mayor amplitud en los poderes del Superior local (Abad, Prior), y una menor dependencia del Superior General, si existe, y además cada casa tiene el propio noviciado”. “El monacato actual puede reducirse a cinco tipos: dos occidentales (benedictino y cartujo) y tres orientales (paulino, antoniano y basiliano)”.

“Las Órdenes Mendicantes, que a partir de primeros del s. XIII se unieron a los Monjes, toman el nombre de la pobreza corporativa que completa la pobreza individual y comporta la incapacidad de poseer también como entidad. Además de este severo carácter de la pobreza, al que para casi todas las Órdenes fue después, por las circunstancias de los tiempos, más o menos ampliamente derogado, los Mendicantes tienen otro carácter común, es decir la unión de la vida regular al ministerio sacerdotal, apostólico, misionero, o caritativo en diversas formas. Es además característica común de los Mendicantes, por ellos introducido y después transmitido a las formas religiosas posteriores, la centralización del régimen que tiene como cabeza a un Superior supremo con plenos poderes, y la organización en Provincias”. (vatican.va/roman_curia/congregations).

La vida monástica en este mundo materialista para muchos es un verdadero escándalo. Frente a formas de vida que invitan a un hedonismo sin límite, a vivir de lo externo, a vidas narcisistas y consumistas, el camino monacal les parece una auténtica locura. El contraste es evidente: el objetivo de la vida monástica es siempre el mismo, alcanzar la perfección cristiana mediante la renuncia al mundo, viviendo radicalmente la obediencia, la humildad, la pobreza y la castidad del cuerpo y del corazón. La existencia de vida monástica es siempre una invitación a la interioridad. Como lo señalaba San Juan Pablo II, al resaltar la figura de San Benito, “el hombre debe ante todo entrar en sí mismo, debe conocerse profundamente, debe descubrir dentro de sí el aliento de Dios y las huellas del Absoluto” (Alocución en la Abadía de Montecasino, 18 de mayo de 1979). El Papa Benedicto XVI, en la misma orientación manifestaba en un congreso de la confederación benedictina, el 20 de septiembre de 2008, “en un mundo desacralizado y en una época marcada por una preocupante cultura del vacío y del 'sin sentido', estáis llamados a anunciar sin componendas el primado de Dios y a realizar propuestas de posibles nuevos itinerarios de evangelización. El compromiso de santificación, personal y comunitaria, que queréis vivir y la oración litúrgica que cultiváis os habilitan para un testimonio de particular eficacia”.

La radicalidad de la vida monacal depende de la regla que los inspira, y la forma como enfrentan muchos temas relevantes, como la muerte. Por ejemplo, en la orden de los Cartujos, fundada por San Bruno el año 1076, los monjes mueren en la soledad absoluta de sus celdas. Los cartujos han elegido desaparecer del mundo y también de sus propios hermanos (Un libro muy interesante sobre los últimos días de la vida de un monje, DIAT, Nicolas, Tiempo de morir, Madrid: Palabra, 2020, premiado por la academia francesa el 2018).

Pidamos al Espíritu Santo que inspire a muchos a descubrir el camino de Cristo en la vida monástica.

Crodegango

 






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