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Queridas hermanas y hermanos en el Señor,
Durante estos meses iré hablándoles de los Papas que, a lo largo de la historia de la Iglesia, llevan el nombre de León, desde el Papa León I Magno hasta el Papa León XIII.
Papa León I
El Papa León I, llamado el Grande o Magno (440-461), toscano de origen, fue el salvador de Occidente en una época en que el Imperio Romano se desplomaba bajo los golpes de los bárbaros y el cristianismo se veía cada vez más amenazado por las herejías.
La unidad del Imperio, destruida por las invasiones, es sustituida por una unidad espiritual, transformada de a poco en la idea de civilización unitaria, que concibió San Agustín, y que se encuentra en la base del concepto de Europa.
Los bárbaros invasores de Occidente, o sea, los germanos —ya que los bárbaros orientales, como los hunos, no participaron en la obra— se integraron a esta unidad, y fue el gran mérito de la Iglesia civilizarlos a través de la fe.
Los germanos se transformaron en los más fervorosos herederos del Imperio Romano al formar, desde el año 800, lo que se llamó “el Sacro Imperio Romano-Germánico”, con Carlomagno (742-814).
Durante el Concilio de Calcedonia (451), el Papa León I proclamó la divinidad y la humanidad de Cristo, “consustancial al Padre por su divinidad y consustancial a nosotros por su humanidad”.
Ante las afirmaciones de las varias herejías, que sostenían la separación entre el Padre y el Hijo, considerado como inferior al Padre, León restableció la tradición ortodoxa, que dice: Jesucristo es una sola persona con dos naturalezas, la divina y la humana, sin mezcla, sin división y sin confusión. “Pedro ha hablado a través de León”, exclamaron los obispos presentes en el Concilio.
León nombró un encargado de negocios en Constantinopla, cuya misión fue mantener relaciones con la corte y con los dignatarios eclesiásticos, y enviar informes a Roma sobre todo lo que concernía a la Iglesia Oriental.
En 452, Atila (395-453), rey de los hunos, había saqueado el norte de Italia. El emperador Valentiniano III (419-455) había abandonado su sede en Rávena y se había refugiado en Roma. Una embajada, de la que formaba parte León, salió al encuentro de Atila en Mantua. Después de la entrevista con el Papa, el bárbaro se retiró, y fue esta la segunda derrota de Atila, después de la que había sufrido un año antes, en 451, en los Campos Cataláunicos, donde el general Aecio (396-454) lo había vencido clamorosamente.
En 455, los vándalos de Genserico (389-477) se habían apoderado de Roma. Y fue León quien tuvo el valor de enfrentarse con los vándalos, a los que esperó en la puerta de Roma. Obtuvo de Genserico que la ciudad no fuese incendiada. Barcos llenos de obras de arte y de otras riquezas partieron bajando por el río Tíber hasta África, donde Genserico pensaba fundar un estado poderoso con la capital en Cartago. Cartago saqueaba a Roma. El sueño de Genserico se esfumó rápidamente y Roma resucitó con más esplendor.
León fue también un político consumado y mereció el título de “grande”, o “magno”, así como el honor de los altares: San León Magno. León desarrolló la idea de un estado cristiano e hizo converger la misión providencial del Imperio Romano y la doctrina de la primacía de la Sede Apostólica. Supo también continuar la obra realizada por la Iglesia durante los siglos IV y V, y que consistía en reconciliar cristianismo y clasicismo, lo que tuvo un gran influjo sobre el futuro desarrollo de la mentalidad intelectual europea. Gracias a esta sabia compenetración, la Iglesia pudo constituirse en un cuerpo aparte, resistiendo los embates de los bárbaros, mientras el Imperio se hundía en la nada.
El Papa León I falleció el 10 de noviembre del año 461. Su culto litúrgico empezó inmediatamente después: tan grande había sido la impresión dejada por su personalidad y su perfección moral. Fue, hasta la aparición de Gregorio el Grande (590-604), el más importante de los sucesores de San Pedro.
Los bendice en el Señor,
P. Juan Debesa Castro
Párroco