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Queridas hermanas y hermanos en el Señor:
El fin de semana recién pasado tuvimos el retiro parroquial (mira las fotos AQUÍ) en el que participamos 44 personas de la comunidad. Los frutos se irán viendo a lo largo del tiempo. El tema fue "Misericordiosos y compasivos como el Padre", en el camino del Jubileo de la Esperanza.
La misericordia de Dios se nos ha revelado en Jesucristo. El atributo más estupendo de Dios es su misericordia.
El concepto de misericordia tiene en la Biblia, especialmente en el Antiguo Testamento, una larga y rica historia. En cuanto Pueblo de Dios, Israel había sacado de su historia una experiencia peculiar de la misericordia de Dios. Esta experiencia era social y comunitaria, como también individual e interior.
Israel fue el pueblo de la Alianza con Dios, alianza que rompió muchas veces. En la infidelidad apelaba a la misericordia.
Los profetas ponen la misericordia, a la que recurren con frecuencia debido a los pecados del pueblo, en conexión con la imagen incisiva del amor por parte de Dios. El Señor ama a Israel con el amor de una peculiar elección, semejante al amor de un esposo (cfr. Oseas 2,21-25), y por esto perdona sus culpas, infidelidades y traiciones. Cuando ve la conversión auténtica, devuelve de nuevo la gracia a su pueblo (cfr. Jeremías 31,20; Ezequiel 39,25-29). En la predicación de los profetas, la misericordia significa una potencia especial del amor, que prevalece sobre el pecado y la infidelidad del pueblo elegido.
Los salmos, cuando cantan las alabanzas del Señor, entonan himnos al Dios del amor, de la ternura, de la misericordia y de la fidelidad (cfr. Salmo 103 [102] y Salmo 145 [144]).
El Antiguo Testamento anima a recurrir a la misericordia y concede contar con ella: la recuerda en los momentos de caída y de desconfianza, de gracia y gloria, cada vez que se ha manifestado y cumplido, en la vida del pueblo de Dios y en la vida de cada individuo.
La misericordia se revela como más poderosa y más profunda que la justicia en el Antiguo Testamento. El amor condiciona a la justicia, y la justicia es servidora de la caridad. La primacía y la superioridad del amor respecto a la justicia se manifiestan precisamente a través de la misericordia.
En el Nuevo Testamento será Cristo quien revelará al Padre misericordioso en la misma perspectiva y sobre un terreno ya preparado por el Antiguo Testamento. Al final de tal revelación, en la víspera de su muerte, dijo Jesús al apóstol Felipe: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14,9). Cristo, en definitiva, revela al Dios de la misericordia: Él es la misericordia.
La parábola del Padre misericordioso o del hijo pródigo —mal llamada así—, en el Evangelio de San Lucas (15,11-32), expresa de manera particularmente límpida la esencia de la misericordia divina.
Aquel hijo es el ser humano de todos los tiempos, que nos representa a todos, que perdió la herencia de la gracia y de la justicia original.
Aquel hijo, cuando hubo gastado todo, comenzó a sentir necesidad, tanto más cuanto que sobrevino una gran carestía en el país al que había emigrado después de abandonar la casa paterna. Hubiera querido saciarse con las bellotas que comían los cerdos que él cuidaba, pero ni esto podía.
En su interior hace conciencia, por necesidad, de la pérdida de su dignidad de hijo. Él no había pensado en ello antes, cuando pidió a su padre la parte de la herencia que le correspondía para irse. Así ocurre con nosotros: valoramos a las personas y a las cosas cuando no están o las perdemos.
Entonces toma la decisión de regresar a la casa de su padre para ser tratado como jornalero, es decir, está dispuesto a afrontar tal humillación y vergüenza. En el centro de la conciencia del hijo pródigo emerge el sentido de la dignidad perdida, que brota de la relación del hijo con el padre. Con esta decisión emprende el camino de vuelta.
El hijo pródigo merece ganarse la vida trabajando como jornalero para sobrevivir. Tal es la exigencia de la justicia, pero la misericordia puede más. La figura del padre nos revela a Dios como Padre. El padre del hijo es fiel a su paternidad, fiel al amor que desde siempre sentía por su hijo. Tal fidelidad se expresa en la acogida (lo abraza y lo besa) cuando vuelve a casa y en la alegría, con la fiesta generosa que le brinda, que suscita la envidia en el hermano mayor. Se ha salvado la humanidad del hijo; ha sido encontrado el que se había perdido.
La misericordia —tal como Jesús nos la ha presentado en esta parábola— tiene la forma interior del amor. Tal amor es capaz de inclinarse hacia todo hijo pródigo, toda miseria humana y pecado. Cuando esto ocurre, el que es objeto de misericordia no se siente humillado, sino hallado de nuevo y “revalorizado”. El padre manifiesta su alegría por haber sido hallado y por haber resucitado. Esta alegría indica un bien inviolado: un hijo, por más que sea pródigo, no deja de ser hijo real de su padre.
La parábola del hijo pródigo muestra que la misericordia se funda en el bien que es el ser humano, sobre la común experiencia de la dignidad que le es propia.
Finalmente, hay que señalar que esta parábola expresa, de manera sencilla pero profunda, la realidad de la conversión, expresión más concreta de la obra del amor y de la presencia de la misericordia en el mundo humano. La misericordia se manifiesta cuando revalida, promueve y extrae el bien de todas las formas de mal existentes en el mundo y en el ser humano. Constituye el contenido fundamental del mensaje de Jesús y la fuerza constitutiva de su misión salvadora.
Es necesario entonces que el rostro genuino de la misericordia sea siempre desvelado de nuevo. Ella se presenta particularmente necesaria en nuestros tiempos.
Que el Señor los bendiga a todos,
P. Juan Debesa Castro
Párroco