Tweet |
|
Siempre ser testigos de Jesús, ser hombres y mujeres de Dios, para Dios y para los demás.
Es clave mantener una visión espiritual continua de las cosas.
El fuego del Señor ha caído sobre mí y nunca se apagará. Debemos velar para que no se extinga. En el fondo, ese fuego siempre está y estará.
El Evangelio se expandirá por contagio, no por estrategias ni planes. Así ocurrió en los primeros siglos de la Iglesia naciente. Las estrategias y planes ayudan, pero no encienden el corazón.
Jamás tener compasión con las propias debilidades; hay que saber controlar y vigilar para que no crezcan. El mal y el bien tienen una dinámica propia: crecen. El mal espíritu no molesta, mata. El pecado es como un remolino dentro de uno: da vueltas y te envuelve. Toma en serio la conversión. Hay que actuar, cortar de raíz si es necesario.
Querer que Dios actúe y haga siempre su obra en nosotros por la gracia.
El desierto del corazón y las cuevas donde a veces nos metemos todos tienen gran importancia. El desierto interior se manifiesta en la aridez, el cansancio, la debilidad, la desilusión, la fatiga, la desprotección y la intemperie.
El Señor, en esas circunstancias, me toca y me invita a levantarme. Él toca la vida concreta. Y la vida siempre me toca a mí.
La Eucaristía es el remedio, el fármaco, y no un premio. Es el remedio para llegar a la inmortalidad. Se recibe en esta vida como anticipo de la eternidad.
Las cuevas en las que nos metemos y de las que debemos salir pueden ser muchas: las adicciones e incluso nuestro celular.
Se debe salir, es decir, hablar de esas cosas, porque es el primer paso para superar los problemas. Ponerles nombre, formular esas realidades. Al respecto, san Agustín dice: cuando el lobo ataca, lo primero que hace es morder la garganta de las ovejas para que no puedan gritar y así el pastor no pueda venir a ayudarlas y espantar al lobo.
El paso del Señor en nuestras vidas siempre ocurre en una suave brisa, no en el ruido de nuestro mundo, sino en el murmullo de un silencio tenue. Dios pasa realmente por mi vida, pero es imperceptible e indescriptible.
El Señor nos invita a caminar juntos y nos envía, pero hace el camino con nosotros. No estamos solos: Él va conmigo. “Todo lo puedo en aquel que me conforta”, recuerda san Pablo.
Continuará.
Los bendice su párroco,
Padre Juan Debesa Castro