"Unidos en Cristo para Evangelizar"
24 de Enero de 2023
Virtudes cristianas y el mito de Narciso
 


Uno de los mitos griegos más conocidos es el de Narciso. La parte más famosa de la escena es la que recuerda la llegada de este personaje a un arroyo tan claro que podía mirarse como un espejo; en ese lugar se inclinó en una orilla para saciar su sed y se enamoró de su propio reflejo.

Al principio intentó abrazar y besar al hermoso joven que tenía al frente, pero al poco tiempo se dio cuenta que era él mismo y permaneció tumbado y embelesado hora tras hora contemplándose (Graves, Robert, Los mitos Griegos, Madrid: Alianza, 1, 2011, p. 426).

A partir de esta mitología se ha descrito una enfermedad individual como cultural.

En el primer plano, las personas que padecen este trastorno tienen una idea irreal de sí mismas que proviene de sentirse grandiosas y por ello necesitan de permanente admiración. Esta actitud de amor propio lleva a que, en la convivencia con otros, nunca se ponen en el lugar de los demás, les falta empatía y no pueden comprender o intentar a razones que no sean las suyas. Se sienten superiores al resto, en todo. En su vida están empeñados en cultivar una imagen que logre que los otros los admiren a toda costa. Tienen un afán de poder y control sin límites. Son egoístas y centrados en sus propios intereses, van a lo suyo. Su lema de conducta es primero yo, segundo yo, tercero yo. Está solo, contemplándose a sí mismo, igual que el personaje del mito que le da el nombre a esta enfermedad. Buscan siempre un trato especial, porque se sienten que son especiales al resto. Caen con facilidad en la envidia, especialmente, cuando descubren que hay alguien que los supera en algo (lo que es muy normal y frecuente).

El narcicismo individual y colectivo se hace sentir de diversas formas. Aparece la manipulación como pauta normal de conducta. También la eficiencia pasa a ser un fin en sí mismo. El narcisista se deshumaniza tanto que se convierte en una verdadera máquina, sin ningún sentimiento de misericordia en el actuar con los otros. En la literatura describe este perfil humano, de manera magistral, un breve cuento de Dino Buzzatti (1906-1972) titulado “El jefe”, donde se lee:

“Es directivo de una gran industria, ha cumplido los sesenta, todas las mañanas se levanta a las seis, sea verano o invierno, a las siete ya está en la fábrica, donde permanece hasta las ocho de la tarde o más. Hasta los domingos va a trabajar, aunque el establecimiento y las oficinas estén vacíos; pero una hora más tarde, lo que considera casi un vicio. Es un hombre serio por excelencia, raramente se ríe, nunca de ríe. En verano se concede, aunque no siempre, una semana de vacaciones en la villa o a orillas del lago. No conoce debilidades de ningún género, no fuma, no toma café, no bebe alcohol. No lee novelas. Tampoco tolera debilidades en los demás. Se cree importante. Es importante. Es importantísimo. Dice cosas importantes. Tiene amigos importantes. Sólo hace llamadas telefónicas importantes. Hasta sus bromas en familia son muy importantes. Se cree indispensable. Es indispensable. El cortejo fúnebre partirá mañana a las 14:30 horas desde la casa del difunto” (Buzzatti, Dino, “El Jefe”, Barcelona: Acantilado, 2009, p. 98).

Considerado culturalmente, una sociedad narcisista se caracteriza por la pérdida o el desinterés en los valores auténticamente humanos. Estos explica que se defiendan el aborto y la eutanasia como derechos, puesto que con ellos se le garantiza a muchos sujetos que se aman a sí mismos no estar disponibles para otros (aunque sean carne de su carne). Lo único relevante para la vida social de una cultura así son las diversas formas de materialismo y de hedonismo, las que terminan por convertirse en las medidas del progreso humano. La felicidad sólo está en aumentar el poder adquisitivo y también en obtener los goces sensibles que se puedan del consumo desenfrenado, aunque sea a costa de abusar de otros o de dañarse incluso a uno mismo física y emocionalmente.

La vida en el mundo occidental descristianizado favorece el surgimiento de narcisistas. Así, por ejemplo, el exceso de estímulos al niño por ser el mejor es el comienzo de todo esto (no hay mamá o papá que no le diga a su hijo que será Presidente). Se educa sólo para el éxito material, sin dar margen a frustraciones. Es un detalle, pero cuando el niño se pega con la punta de la mesa, la mamá golpea a ese objeto espetándole: “mesa tonta, mesa tonta”. Luego, en la vida escolar si se saca una mala nota, siempre será culpa del profesor… De este modo, se transita por un camino que termina con muchos hombres y mujeres que no pueden salir de sí mismos.

Los resultados de esta forma de comportamiento lleva a resultados por todos conocidos: descontrol de los egos; frustraciones sin límites; vidas vacías; problemas en las relaciones interpersonales, especialmente, fracasos matrimoniales de manera sucesiva; niños déspotas; desapegos emocionales serios, etc. El narciso quiere vivir solo, sin nadie. Si hasta en la arquitectura se le reconoce a través de la oferta de un departamento tipo “estudio”, que se caracteriza como un área que contiene todo en un solo espacio. Es lógico que un individuo que no quiere tener relaciones de compromiso, sólo necesita de un espacio vital para él, ya que sabe que en su vida no cabe -ni está disponible- para nadie más.

En esta forma de vida no cabe Dios; menos una familia surgida de una relación sentimental estable y para toda la vida, ya que eso lo obligaría a “salir de él”. La tenencia de mascotas ayudan en muchos casos a que no se extingan en un narcisista totalmente sus sentimientos, pero no más que eso.

La vida del cristiano es diferente a lo que se viene relatando, puesto que sabe que está llamado a servir a los demás y a dar un testimonio de la fe que llega a la negación de uno mismo. El cristiano lucha por seguir la exigente invitación formulada por Jesús, cuando dijo a sus discípulos: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque él que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? (Mt, Cap.16, 24-26).

Pidamos a la Virgen María, ejemplo de humildad, que nos ayude salir de nuestro ego y seguir a Cristo, que es el camino, la verdad y la vida.

Crodegango






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