Cada uno experimenta que el día a día presenta muchas cruces; algunas pequeñas y livianas, otras muy grandes y pesadas. Cada una de ellas ha sido permitida por Dios para poder acompañar a su hijo, Jesucristo, el que por amor a los hombres padeció y murió en la Cruz.

El tiempo de Cuaresma es una época propicia para buscar nuestra conversión, que supone siempre un encuentro personal con Jesucristo. Dios siempre nos está llamando a ser aquello para lo que fuimos creados.

El bautismo es nuestro primer nacimiento en la vida espiritual, pero a partir de allí estamos llamados a muchas conversiones.

La conversión al cristianismo supone un cambio profundo sobre el sentido de la vida. San Pablo explicaba este cambio con las siguientes palabras: “Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos. Porque la locura de Dios es más sabía que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres. (1 Co. 1, 22-25)”.

Nos podría ayudar a nuestra conversión responder interiormente las siguientes interrogantes: 

¿Lucho por ser un católico practicante? ¿Vivo de mínimos morales y espirituales? 

¿Entiendo realmente lo que son los sacramentos como medio previsto por Dios para transmitir su gracia salvadora?

¿Busco obtener la gracia que Dios me quiere dar?

¿Creo en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone?

¿Confundo la Iglesia con otras realidades, como los partidos políticos u otras asociaciones, de las que efectivamente se puede prescindir en esta vida? ¿Creo que la Iglesia es una ONG más?

¿Se puede llegar a ver a Dios si no sigo los sacramentos de la Iglesia en caso de que haya elegido vivir apartado de ella?

¿Tengo esperanza en llegar al Reino de los cielos y a la vida eterna?

¿Tengo puesta mi esperanza en cosas terrenas, abandonando el objetivo de llegar a vivir con Dios en el cielo?

¿Confundo la esperanza con aspiraciones materiales, que, siendo legítimas, no son las que permiten llegar al cielo?

¿Desprecio deliberadamente las reglas de la moral que me aseguran vivir la libertad espiritual de los hijos de Dios?

¿Estoy dispuesto a seguir al Señor con humildad, docilidad y obediencia?

¿Me quejo de lo que la Iglesia me pide para ser cristiano coherente?

¿Vivo pasivamente y con indiferencia los problemas que afectan a los demás?

¿Vivo sólo para el dinero, para la vanidad, para el poder y el placer?

¿Me he dejado corromper en los negocios y en la política, sin considerar el mal ejemplo que doy al resto y que desestabiliza las instituciones?

¿Oculto los pecados de nuestros sacerdotes o hemos tratado de justificar lo injustificable?

¿Me he dejado llevar por la codicia y no cumplo las obligaciones legales, especialmente las tributarias, inventando entramados escandalosos que perjudican a todos?

¿Hago mal mi trabajo incumpliendo mis obligaciones y no soy ejemplar en mis deberes?

¿Soy fiel a Dios?

¿Tengo un corazón puro y bien dispuesto para las cosas de Dios?

Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude en esta Cuaresma a buscar nuestra conversión, que supone siempre amar la Cruz de Jesucristo.

Crodegango