"Unidos en Cristo para Evangelizar"
21 de Agosto de 2023
El sentido de las fiestas
 


La palabra fiesta significa un acto o conjunto de actos organizados para la diversión o disfrute de una colectividad. También describe a la reunión de gente para celebrar algo o divertirse.

No hay ninguna civilización donde no hayan existido celebraciones, las que pueden ser religiosas o profanas (en este último caso, familiares, comunales, nacionales, etc.). Ha sido una tónica humana celebrar por diferentes razones: el cambio de estación, el florecimiento de los árboles, el tiempo de cosecha, el nacimiento de personas, el día de la independencia, etc. 


En el plano religioso existen fiestas en los que los creyentes de las diversas religiones celebran un hecho, un acontecimiento o a una divinidad. El día de fiesta se diferencia del resto de los días profanos, puesto que toda fiesta religiosa es una forma de adoración. 


La fiesta pagana, en cambio, su objeto es variado, puesto que depende de lo que se conmemore; en las sociedades hedonistas normalmente se convierten en excusas para que muchos puedan practicar diversas formas de desenfreno. También puede acontecer que se convoque a conmemoraciones o festejos movidas por la incapacidad de perdonar y promover el odio y la división. A esos festejos concurrirán prestos los que han adquirido la grave enfermedad espiritual que es el resentimiento. Nunca será virtuoso alentar recuerdos con el fin de promover estímulos negativos, como la sed de venganza.


Los católicos debemos tener conciencia de la relevancia que tienen las fiestas que considera nuestra Fe durante todo el año litúrgico. No entender esto nos empobrece espiritualmente y nos encamina por la senda del tedio, del aburrimiento, de la rutina, lo que inevitablemente conduce resultados muy perjudiciales. Dios, que se nos ha revelado en Jesús, quiere que celebremos durante todo nuestro paso por la tierra.


Desde la última cena en adelante estamos celebrando la fiesta más característica de nuestra Fe. A este encuentro, por lo que allí se produce, deberíamos concurrir con la alegría propia de los que son invitados a participar en lo más grande que un ser humano puede presenciar en su vida. Esto lo tenían claro las primeras comunidades cristianas, que se reunían el domingo para celebrar a Cristo resucitado, sabiendo que Él está realmente presente en la Eucaristía. 


Entre tantas experiencias que nos pueden ayudar a removernos del acostumbramiento o de la rutina que nos puede haber llevado a no entender lo que es la Misa, recordemos brevemente la historia de Karl Liesner (1915-1945). Este joven alemán nació dentro de una familia católica. Con la llegada de los nazis al poder se vinculó a los varios grupos de cristianos que hicieron resistencia a este brutal totalitarismo. Siendo fiel a la llamada vocacional, entró al seminario y el 25 de marzo de 1939 recibe el diaconado, un día antes que tomara conocimiento que padecía tuberculosis. El 16 de marzo de 1940 fue ingresado al campo de concentración de Sachenhausen, para luego ser transferido al campo de Dachau, donde estaban recluidos 2.600 sacerdotes y centenares de religiosos. Allí concluye su formación como sacerdote y gracias al ingreso de un obispo francés como detenido pudo ser ordenado sacerdote, hecho ocurrido de forma clandestina el 17 de diciembre de 1944, lo que es un hito histórico. En la capilla del barracón celebró su primera Misa, de las dos en las que pudo actuar en su vida como sacerdote. Al ser liberado el campo de Dachau fue traslado urgentemente a un sanatorio cercano a Munich, donde fallece el domingo 12 de agosto de 1945, a los 30 años. Su segunda Misa la celebró el 25 de julio de 1945, en el hospital donde estaba internado. Murió pocos días después, el 12 de agosto. El Papa Juan Pablo II lo beatificó el 23 de julio de 1996 en Berlín. El 27 de abril de 2007 se inició su proceso de canonización (GARCÍA PELEGRINI, José M., Cristianos contra Hitler, Madrid: Libros Libres, 2010, pp. 99-123).


La ordenación sacerdotal dentro de un campo de concentración fue celebrada por los prisioneros con el máximo sigilo, para no ser descubiertos por los guardias. En ella participaron los miles de sacerdotes y religiosos allí recluidos, dando un testimonio que nos debe invitar a pensar cómo estoy participando de la Misa, que es la gran celebración a la que Dios me invita a participar durante toda mi vida. 


Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a entender y vivir las distintas fiestas del año litúrgico y celebrar con la alegría de saber que somos Hijos de Dios.


Crodegango

 






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