"Unidos en Cristo para Evangelizar"
23 de Abril de 2024
¿Por qué hay que ir a Misa?
 


Un asunto que debe preocuparnos como católicos es la forma cómo entendemos la asistencia a Misa del domingo y en los días de precepto.

Es un hecho que en la última década el declive en la asistencia a la Misa dominical es una tendencia, especialmente en los jóvenes. Este dato puede ser interpretado de diferentes formas, dentro de las varias manifestaciones que tiene la secularización que nos toca vivir.

Si hemos sido formados correctamente, sabremos que nuestra asistencia a Misa dominical se explica por la caridad, que es el precepto más humano y divino, que debe guiar siempre la vida del cristiano. Vamos a Misa porque amamos a Dios. No hay otra razón más profunda que la anterior.

El que no ama percibirá siempre la Misa como una carga pesada, como algo impuesto por terceros.

Mirado desde otro punto de vista, no asistir a Misa dominical y en los días de precepto -si no hay grave impedimento para ello-, es un auténtico y perfecto acto de desamor.

Como sabemos, en nuestra lengua desamor significa falta de amistad o de amor, que en este caso se da para con Dios. Este desamor para con Dios se explica porque mi corazón ha sido ocupado por otras cosas o actividades, que no estoy dispuesto a abandonar. Entre ir a Misa y dejar de hacer lo que me gusta y entretiene, se opta por dejar fuera la Misa. Hay desamor cuando tengo diligencia cuasi atlética para ir al estadio, a panoramas deportivos, conciertos, fiestas, y una larga lista de actividades que ocupan mi vida, pero que revelan que Dios no es verdaderamente importante para mí. En la práctica, al abandonar la asistencia a Misa he pasado a vivir como un ateo práctico perfecto, tal vez sin darme cuenta de ello y de las consecuencias que puede tener en mi vida. Si esta actitud permitiera hacer un encefalograma de lo que significa para mi vida espiritual, lo más seguro es que sale plano.

Desde otro punto de vista, como el primer mandamiento, “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6, 59), ya no me dice nada, su primera manifestación será dejar de asistir la Misa dominical y en los días de precepto.

La pérdida del sentido de lo que significa la Santa Misa es el preludio de un camino en el que abunda el pecado, atendido que “lejos de Dios, solo hay oscuridad y muerte”.

La inasistencia a Misa dominical es una manifestación patente de la pérdida del sentido de Dios en nuestras vidas. En nuestro caso tenemos el privilegio de haber recibido una explicación de San Juan Pablo II, cuando señalaba a los jóvenes en el Estadio Nacional: “En el corazón de cada uno y de cada una anida esa enfermedad que a todos nos afecta: el pecado personal, que arraiga más y más en las conciencias, a medida que se pierde el sentido de Dios. ¡A medida que se pierde el sentido de Dios! Sí, amados jóvenes. Estad atentos a no permitir que se debilite en vosotros el sentido de Dios. No se puede vencer el mal con el bien si no se tiene ese sentido de Dios, de su acción, de su presencia que nos invita a apostar siempre por la gracia, por la vida, contra el pecado, contra la muerte. Está en juego la suerte de la humanidad: 'El hombre puede construir un mundo sin Dios, pero este mundo acabará por volverse contra el hombre'" (Reconciliatio et Penitentia, 18). (Discurso del jueves 2 de abril de 1987; se puede consultar en https://www.vatican.va).

La Iglesia, a lo largo de los tiempos, no ha dejado de insistir en esta obligación de conciencia que es asistir a Misa, y cuya observancia hace tanto bien individual y colectivamente.

Por último, conviene recordar lo expuesto en el punto 2182 del Catecismo de la Iglesia Católica, cuando señala que, “la participación en la celebración común de la Eucaristía dominical es un testimonio de pertenencia y de fidelidad a Cristo y a su Iglesia. Los fieles proclaman así su comunión en la fe y la caridad. Testimonio a la vez la santidad de Dios y su esperanza de la salvación”.

Hay que huir de mirar este asunto como una imposición o una obligación jurídica diseñada por la Pastoral del Miedo. Tampoco podemos permitir que sea nuestro estado de ánimo lo que guíe nuestro actuar. Vamos a Misa porque la caridad siempre es más fuerte, atendido que, en palabras de San Juan Pablo II, “el amor vence siempre, como Cristo ha vencido”. 

Pidamos a Santa María, que es auxilio de los cristianos, para que interceda y se nos dé abundante gracia para participar siempre y alegremente en la Santa Misa.

Autor: Crodegango






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