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Benedicto XV (1914-1922)
Giacomo Della Chiesa, nació en Génova el 21 de noviembre de 1854. Falleció en Roma el 22 de enero de 1922. Fue Papa, con el nombre de Benedicto XV entre el 3 de septiembre de 1914 hasta su muerte. Es una buena presentación de este pontífice lo expuesto por Joseph Ratzinger, cuando manifestaba, “he querido llamarme Benedicto XVI para unirme espiritualmente al venerado Pontífice Benedicto XV, que guio la Iglesia en un periodo atormentado a causa del primer conflicto mundial. Fue valiente y auténtico profeta de la paz y se dedicó con valeroso coraje en primer lugar a evitar el drama de la guerra y después a eliminar sus consecuencias nefastas” (discurso en la audiencia general del 27 de abril de 2005).
Para entender la misión de este Papa, y de sus sucesores, recordemos que el siglo XX de Europa fue un siglo de dos guerras mundiales. En este contexto se explica que la primera Encíclica de su pontificado, Ad Beatissimi Apostolorum (de 1 de noviembre de 1914), fuera un llamado a la paz y a considerar las causas que había generado esta horrible situación. En la misma Encíclica, el Papa manifiesta que no es sólo la contienda sanguinaria lo que le angustia, llena de ansiedad y de preocupación, sino que también le preocupa lo que estimaba era la causa fundamental de la terrible guerra, señalando: “Porque desde que los preceptos y prácticas de la sabiduría cristiana dejaron de observarse en el gobierno de los estados, se siguió que, como contenían la paz y la estabilidad de las instituciones, los cimientos mismos de los estados necesariamente comenzaron a tambalearse”. Agrega el Papa que existe una raíz más profunda todavía de los males y que es la codicia de dinero. Citando al Evangelio señala, “el mismo apóstol nos dice lo que es: ‘El deseo de dinero es la raíz de todos los males’ (I. Tim. 6: 10). Si alguien considera los males bajo los cuales la sociedad humana está trabajando actualmente, se verá que todos brotan de esta raíz”. Luego, agrega palabras que impactan por su vigencia, “15. Una vez que las mentes plásticas de los niños han sido moldeadas por escuelas ateas, y las ideas de las masas inexpertas han sido formadas por una mala prensa diaria o periódica, y cuando por medio de todas las demás influencias que dirigen la opinión pública, ha habido inculcado en la mente de los hombres el error más pernicioso de que el hombre no debe esperar un estado de felicidad eterna; pero que es aquí, aquí abajo, donde ha de ser feliz en el goce de la riqueza, el honor y el placer: ¡qué maravilla que aquellos hombres cuya naturaleza misma fue hecha para la felicidad deban con toda la energía que los impulsa a buscar ese muy bien!, desglosar todo lo que retrase o impida su obtención. Y como estos bienes no se dividen por igual entre los hombres, y como es deber de la autoridad en el Estado impedir que la libertad de que disfruta el individuo traspase sus debidos límites e invada lo ajeno, ocurre que se odia a la autoridad pública y se enciende la envidia de los infortunados contra los más afortunados. Así estalla la lucha de una clase de ciudadanos contra otra, uno tratando por todos los medios de obtener y tomar lo que quiere tener, el otro tratando de retener y aumentar lo que posee”.
Una vez concluida la Primera Guerra Mundial, el 23 de mayo de 1920 publicó su Encíclica sobre la paz: Pacem Dei Munus Pulcherrimum (la paz hermoso don de Dios). En ella llama a la reconciliación basada en el perdón mutuo u en la caridad cristiana. Es interesante en este documento el señalamiento del rol de la Iglesia en el devenir del hombre, cuando señala: “(…) La historia demuestra que los pueblos bárbaros de la antigua Europa, desde que empezaron a recibir el penetrante influjo del espíritu de la Iglesia, fueron apagando poco a poco las múltiples y profundas diferencias y discordias que los dividían, y, constituyendo, finalmente, una única sociedad; dieron origen a la Europa cristiana, la cual, bajo la guía segura de la Iglesia, respetó y conservó las características propias de cada nación y logró establecer, sin embargo, una unidad creadora de una gloriosa prosperidad (…)”. Luego, sobre el carácter universal de la Iglesia agrega, “con toda razón dice San Agustín: ‘Esta ciudad celestial, mientras camina por este mundo, llama a su seno a ciudadanos de todos los pueblos, y con todas las lenguas reúne una sociedad peregrinante, sin preocuparse por las diversidades de las leyes, costumbres e instituciones que sirven para lograr y conservar la paz terrena, y sin anular o destruir, antes bien, respetando y conservando todas las diferencias nacionales que están ordenadas al mismo fin de la paz terrena, con tal que no constituyan un impedimento para el ejercicio de la religión que ordena adorar a Dios como a supremo y verdadero Señor’”.
En el terreno espiritual, entre otras iniciativas, impulsó la difusión al Sagrado Corazón de Jesús. Como se sabe, en esta devoción ocupa un lugar destacado Santa Margarita María Alacoque, la que fue canonizada el 13 de mayo de 1920 por el Papa Benedicto XV. También canonizó a Santa Juana de Arco.
Autor: Crodegango