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Durante esta semana ha partido a rendir cuenta al Señor el Papa Francisco.
Su muerte nos debe servir para recordar que, para nosotros, los cristianos, no hay más que una vida y por ello conviene que la vivamos de cara a Dios.
Es un hecho que nuestra cultura materialista niega o se revela contra la muerte. Muchos prefieren no hablar de este tema, porque carecen de una respuesta satisfactoria para ello. La preocupación por las realidades temporales, como si esta vida no fuese a concluir, ha logrado anestesiar a muchos.
Muchos hoy creen que la muerte es el fin de todo, como si sólo fuéramos un conjunto de células. En el otro extremo, también convivimos con otras religiones, donde se postula que existe la reencarnación y la transmigración.
El hecho cierto de la muerte, que a todos nos llegará, debe llevarnos a una adecuada preparación porque no sabemos ni el día ni la hora en que esto ocurrirá. Con la muerte sigue nuestra vida, la que se transforma.
No olvidemos que la Santa Madre Iglesia afirma la supervivencia y la subsistencia, después de la muerte, de un elemento espiritual que está dotado de conciencia y de voluntad, de manera que subsiste el mismo «yo» humano. Para designar este elemento, la Iglesia emplea la palabra «alma», consagrada por el uso de la Sagrada Escritura y de la Tradición.
Ahora viene un periodo de vacancia, que esperamos sea breve, para que los miembros del Colegio Cardenalicio, con derecho a voto, y actuando con la mayor docilidad al Espíritu Santo puedan elegir a un nuevo sucesor de San Pedro.
En estos veinte siglos de historia del papado la navegación en la barca de Pedro no siempre ha sido fácil. El papado de Francisco debió sortear muchas marejadas y tormentas. Por lo mismo, tenemos que confiar que la piedra en que fue fundada la Iglesia por Cristo, Pedro, sigue siendo la roca firme que se empeña por cumplir el encargo del Señor de apacentar a las ovejas.
Pidamos a la Santísima Trinidad para que ilumine a los electores y podamos pronto oír ¡habemus Papa!
Autor: Crodegango