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Se acaba de publicar un estudio realizado por REDIFAM (Red de Institutos Universitarios Latinoamericanos de Familia), con una serie de datos demográficos de varios países latinoamericanos. Ver AQUÍ
Los datos confirman el envejecimiento de la población chilena y dan cuenta, también, de los efectos de la incorporación del divorcio y los tipos de familia que coexisten en Chile.
La tasa global de fecundidad indica que tenemos la más baja entre los países objeto de la medición. Solo dos países de la región alcanzan el umbral mínimo necesario para el reemplazo generacional: Paraguay, con una tasa global de fecundidad de 2,44 hijos por mujer (en promedio), y Bolivia, cuya TGF es de 2,58 hijos por mujer. Los demás países registran un número promedio de hijos por mujer inferior a dos. Los casos extremos son Chile y Colombia (1,0 y 1,2, respectivamente). Chile y Argentina registran las menores tasas de natalidad de la región, con menos de 10 nacimientos por cada 1.000 habitantes, muy por debajo del promedio regional de 14,5 (CEPAL 2023).
Los datos acreditan que la cantidad de matrimonios legales ha disminuido notoriamente, mientras que los divorcios permanecen con cierta constancia o, incluso, han aumentado en ciertos países. En este punto de la medición, tenemos lamentablemente la tasa de divorcios más alta, con 59 por cada 100 matrimonios.
La publicación de estos datos nos debe llevar a reflexionar sobre la importancia de la familia, especialmente ahora que se avecinan elecciones de presidente y legisladores, para no desperdiciar nuestro valioso voto en quienes han generado sistemáticamente este estado de cosas, del que no se les oye decir ni una palabra.
Los datos sobre la natalidad y la fragilidad del vínculo matrimonial son consecuencia de políticas públicas que han instalado una cultura antinatalista, la cual se ratifica en cada estudio que aparece, no siendo este una excepción.
Es paradojal que este cambio haya llevado a que sea electoralmente más beneficioso promover el aborto libre que una política de crecimiento familiar fundada en la paternidad responsable, que es lo que nuestro país necesita para revertir su evidente crisis demográfica y disminuir los problemas que este tipo de fenómenos trae aparejados.
La alta tasa de divorcio revela que se ha instalado un “nuevo estilo de vida”, donde el compromiso para siempre no tiene cabida.
Dentro de este contexto, los cristianos tenemos que nadar contra la corriente y asumir un compromiso más decidido para defender el tipo de familia que más conviene al bien común, que sabemos se compone por un hombre y una mujer.
Nuestro afán apostólico debe encaminarse a que muchos descubran el valor del matrimonio, como el camino diseñado por Dios para fundar una familia. Esto obliga a presentar este vínculo con sus rasgos esenciales, que no incluyen el divorcio como una solución a los problemas que siempre estarán presentes en la vida matrimonial.
La alta tasa de divorcios en Chile es el reflejo de una legislación errada, que ha alimentado una visión relativista en todo lo humano, y ha permitido que el divorcio se convierta en una verdadera plaga social, con resultados catastróficos, especialmente para niños y mujeres que quedan desamparados, y que ha dado lugar al estereotipo de la figura del “papito corazón”. En el caso de los niños, el divorcio de sus padres los lleva a tener que lidiar con problemas que los marcan para siempre, tales como bajo rendimiento académico, baja autoestima, falta de interés por el mundo. Los padres divorciados caen en la espiral de la ansiedad, el estrés, el agobio, etc. Para todos los involucrados en esto: sentimientos de culpa, de abandono, de rabia, etc.
En el plano económico, el divorcio tiene un impacto directo en las finanzas personales de los excónyuges, así como en la economía familiar general. Esta solución jurídica implica la división de los activos familiares, pérdidas financieras, e incumplimiento de deberes de sostenimiento elementales como salud y educación. Declarado el divorcio, en la mayoría de los casos solo se pasa a administrar la pobreza que este genera, especialmente para las mujeres y los niños.
Llevamos 21 años desde la introducción en Chile de la ley de divorcio (Ley Nº 19.947, de 17 de mayo de 2004), y lo que sus impulsores prometían no se cumplió. La crisis familiar sigue en aumento.
En el panorama político, lo único que se visualiza es un silencio sobre este tema. Nadie está disponible para proponer un modelo de familia distinto al implementado hace dos décadas. El que lo haga corre el riesgo de ser calificado de totalitario o de buscar expropiar derechos adquiridos.
Esa campaña, llena de consignas odiosas, revela que vivimos bajo la dictadura del relativismo, que ha permitido instalar un modelo de familia que no soluciona los problemas sociales que ella misma genera: aumento de la pobreza, de enfermedades mentales, desamparo de nuestros ancianos (al no existir familias de apoyo), etc. ¿Acaso nadie se da cuenta de que muchos de los problemas que nos aquejan parten por el diseño de la familia? ¿Cómo va a ser normal que, de 100 matrimonios, 59 se disuelvan por divorcio?
Pidamos a Santa María, que es Reina de la Familia, que nos ayude a evangelizar para que muchos constituyan familias cristianas, luminosas y alegres.
Autor: Crodegango