"Unidos en Cristo para Evangelizar"
02 de Julio de 2025
La importancia de conocer el magisterio de los Papas (7)
 


Breve pero luminoso pontificado del Papa Juan Pablo I,que habló al corazón de la humanidad

Albino Luciani nació en Canale d’Agordo el 17 de octubre de 1912. Hijo de Giovanni Luciani, un albañil, y de Bortola Tancon. Fue bautizado por la matrona que asistió en el parto, ya que se temía por su vida. A los diez años, su madre falleció y su padre contrajo segundas nupcias con una mujer de gran devoción.

En 1923, ingresó al seminario de Feltre. Fue ordenado sacerdote el 7 de julio de 1935. El 15 de diciembre de 1958 fue nombrado obispo. El 26 de agosto de 1978 fue elegido Papa y tomó el nombre compuesto de Juan Pablo. Fue el primer Papa de la historia en utilizar un nombre compuesto. Falleció el 28 de septiembre de 1978.

Recibió una sólida formación intelectual, con gran interés por la teología, la historia y la literatura. Este último interés se refleja en un libro de cartas dirigidas a personajes célebres de la Iglesia —con fines apostólicos—, que luego publicó en un diario y fueron recopiladas en un volumen titulado Illustrissimi (Mayores antecedentes en Juan Pablo I, Cristina Siccardi, San Pablo, 2016).

Su breve pontificado, de 33 días, no permitió que emitiera una encíclica, pero su mensaje está presente en las cartas, discursos y audiencias en que participó.

En su primer mensaje Urbi et Orbi, del 27 de agosto de 1978, se aprecia su profunda fe teologal, cuando afirma:

“Teniendo nuestra mano asida a la de Cristo, apoyándonos en Él, hemos tomado también Nos el timón de esta nave, que es la Iglesia, para gobernarla; ella se mantiene estable y segura, aun en medio de las tempestades, porque en ella está presente el Hijo de Dios como fuente y origen de consolación y victoria. Según las palabras de San Agustín, que recoge una imagen frecuente en los Padres de la antigüedad, la nave de la Iglesia no debe temer, porque está guiada por Cristo: «Pues aun cuando la nave se tambalee, sólo ella lleva a los discípulos y recibe a Cristo. Ciertamente peligra en el mar; pero sin ella al momento se sucumbe» (Sermo 75, 3; PL 38, 475). Sólo en ella está la salvación: sine illa peritur! Apoyados en esta fe, caminaremos. La ayuda de Dios no nos faltará, según la promesa indefectible: «Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo» (Mt 28, 20).

En ese mismo documento se lee algo que nunca debemos perder de vista:

“(...) la Iglesia católica es insustituible, de que su inmensa fuerza espiritual es garantía de paz y de orden, como tal está presente en el mundo, y como tal la reconocen los hombres esparcidos por todo el orbe. (...) El eco que la vida de la Iglesia levanta cada día es testimonio de que ella, a pesar de todo, está viva en el corazón de los hombres, incluso de aquellos que no comparten su doctrina y no aceptan su mensaje (...).”

Un día antes de su fallecimiento, en su discurso a un grupo de obispos de Filipinas que estaban en visita ad limina, les recordaba:

“La gran misión del Episcopado consiste en proclamar a Jesucristo y evangelizar a su pueblo. (...) Entre los derechos de los fieles, uno de los mayores es el derecho a recibir la Palabra de Dios en toda su integridad y pureza, con todas sus exigencias y con su fuerza. (...) Un gran reto de nuestro tiempo es la evangelización plena de cuantos han sido bautizados.”

Y concluía sus palabras señalando:

“Ahora más que nunca debemos ayudar a nuestra gente a darse cuenta de lo mucho que necesitan a Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de María. Es su Salvador, la clave de su destino y del destino de toda la humanidad.”

Sobre la necesidad de cultivar la vida interior, conviene transcribir parte del discurso que dirigió al clero de Roma, donde afirma:

“Hay una disciplina «pequeña», que se limita a la observancia puramente externa y formal de normas jurídicas. Pero yo quisiera hablar de la disciplina «grande». Esta existe sólo cuando la observancia externa es fruto de convicciones profundas y proyección libre y gozosa de una vida vivida íntimamente con Dios. Se trata —escribe el abad Chautard— de la acción de un alma, que reacciona continuamente para dominar sus malas inclinaciones y para ir adquiriendo poco a poco la costumbre de juzgar y de comportarse en todas las circunstancias de la vida, según las máximas del Evangelio y los ejemplos de Jesús. «Dominar las inclinaciones» es disciplina. La frase «poco a poco» indica disciplina, que requiere esfuerzo constante, prolongado, nada fácil. Incluso los ángeles que vio Jacob en sueños no volaban, sino que subían los escalones uno a uno. ¡Figurémonos nosotros, que somos pobres hombres sin alas! (...) La «gran disciplina» requiere un clima adecuado. Ante todo, el recogimiento. Una vez sucedió en la estación de Milán que vi a un maletero durmiendo pacíficamente junto a una columna y apoyada la cabeza en un saco de carbón... Los trenes partían silbando y llegaban chirriando con las ruedas; los altavoces daban sin cesar avisos que aturdían; en medio del jaleo y del ruido la gente iba y venía, pero el hombre seguía durmiendo y parecía decir: «Haced lo que os plazca, porque yo tengo necesidad de tranquilidad» (...)”.

En relación con nuestro país, el 20 de septiembre de 1978, nueve días antes de morir, escribió una carta a las Conferencias Episcopales de Chile y Argentina, para ayudar a pacificar los ánimos frente a la inminencia del conflicto bélico que estaba latente. En esa carta se lee:

“Sin entrar en aspectos técnicos, que están fuera de nuestro intento, queremos exhortaros a que, con toda la fuerza moral a vuestra disposición, hagáis obra de pacificación, alentando a todos, gobernantes y gobernados, hacia metas de entendimiento mutuo y de generosa comprensión para con quienes, por encima de barreras nacionales, son hermanos en humanidad, hijos del mismo Padre, a Él unidos por idénticos vínculos religiosos.”

El 4 de septiembre de 2022, el Papa Francisco lo proclamó beato.






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