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La expresión pobreza tiene muchos significados.
En el cristianismo, de manera indiscutida, esta palabra tiene una dimensión espiritual. San Pablo lo destaca al señalar que Jesucristo, «siendo rico, se hizo pobre por vosotros…» (2 Corintios 8,9). A partir de ese dato, se alude a esta condición para enfatizar el desapego de la posesión de bienes terrenos y la confianza en la adquisición del tesoro del cielo, que es el fin último de nuestra existencia (Mt 19,21; Mc 10,21; Lc 18,22).
La pobreza es considerada también como una opción, en el caso de los religiosos. Como lo explica el Catecismo: «La santa madre Iglesia se alegra de que haya en su seno muchos hombres y mujeres que siguen más de cerca y muestran más claramente el anonadamiento de Cristo, escogiendo la pobreza con la libertad de los hijos de Dios y renunciando a su voluntad propia. Estos, pues, se someten a los hombres por Dios en la búsqueda de la perfección más allá de lo que está mandado, para parecerse más a Cristo obediente» (Catecismo N° 2103).
También los laicos son invitados a vivir la pobreza, pero no como lo hacen los religiosos, a través de un voto, sino de otras formas que pueden ser tanto o más radicales. Recordemos que «El voto, es decir, la promesa deliberada y libre hecha a Dios acerca de un bien posible y mejor, debe cumplirse por la virtud de la religión» (CIC can. 1191, § 1). «El voto es un acto de devoción en el que el cristiano se consagra a Dios o le promete una obra buena» (Catecismo 2102).
Aunque los laicos no hacen votos, ello no significa que queden exentos de vivir la pobreza cristiana, en las múltiples formas que la religión cristiana nos permite adoptar para imitar a Cristo. La diferencia con los religiosos en esta materia está en la necesidad que tienen los laicos de adecuar su opción por vivir la pobreza cristiana conforme a su condición de ciudadanos que viven en medio del mundo.
Un ejemplo de un laico que vive la pobreza se aprecia en el Evangelio al relatar el episodio del «óbolo de la viuda», en el que, sin reparar ni justificarse por su indigencia material, ofrece todo lo que tiene para los actos del templo, dejando claro que, a los ojos de Dios, lo relevante no es la cantidad que se ofrece, sino el afecto y desapego que se entregan a Dios.
En nuestra historia patria, un buen ejemplo del sentido cristiano en el uso de los bienes lo ofrece la vida de doña Juana Ross de Edwards (1830-1913), mujer de gran caudal patrimonial, que, conforme a los usos actuales, figuraría en los primeros puestos de las mediciones que hacen las fortunas en revistas especializadas. Su forma de vivir la pobreza la llevó, entre otras cosas, a no querer usar el sombrero, que era el signo más llamativo de las damas del siglo XIX y de la “Belle Époque”, y a preferir utilizar el tranvía en vez del auto con chofer. Doña Juana entendió la relevancia de la limosna y la vivió a través de financiar múltiples iniciativas: colegios, iglesias, hospitales, hogares para huérfanos y abandonados, etc.
En 1883-1884 realizó lo que sería su único viaje a Europa, siendo recibida el 9 de marzo de 1884 por el Papa León XIII; en la audiencia, que duraría una hora, se trataron únicamente temas referentes a la “cuestión social”. Esto sucedía solo siete años antes de la publicación de Rerum Novarum. Mayores datos de esta chilena insigne se pueden obtener en el libro Juana Ross de Edwards o el valor de la pobreza, de David Toledo, Valparaíso, 2013. También del trabajo publicado en Humanitas: Juana Ross de Edwards entre el “Manifiesto Comunista” (1848) y la Encíclica “Rerum Novarum” (1891).
Para no errar en la forma de entender la pobreza conviene reflexionar sobre los criterios que se utilizan para su medición. Como decíamos al comienzo, la expresión pobreza es un concepto con varias acepciones, que tienen como factor común la escasez o la carencia de algo que se estima relevante. Ahora, como la vida del ser humano tiene varias facetas, la antropología cristiana advierte que la pobreza es una condición humana que se puede dar en los planos material, racional y espiritual (Mendoza, Cristian, La pobreza como problema humano, Pamplona: Eunsa, 2022).
La pobreza no se agota solo en la carencia material, atendido que este es solo un aspecto, pero no abarca todas las facetas. También nos debe preocupar no caer ni dejar de ayudar a otros a salir de las otras formas de pobreza, que tampoco son dignas de ser vividas por los hombres y mujeres al ser creaturas de Dios.
A simple vista hoy aparecen varias manifestaciones de pobreza espiritual y racional, que estamos llamados a combatir cristianamente. En el plano cultural, nos hace pobres la chabacanería y el culto a lo feo, que atrapa a muchos en sus formas de diversión; el intento de reconocer el aborto y la eutanasia como derechos solo revela una pobreza racional y espiritual muy profunda.
Los cristianos debemos estar atentos a no reducir este tema a las mediciones a que conduce el materialismo, puesto que la vida no se agota solo en el tener; es más relevante siempre el ser.
Pidamos a San José que nos ayude a no ser indiferentes frente a todas las formas de pobreza que afectan a los hombres.
Autor: Crodegango