"Unidos en Cristo para Evangelizar"
02 de Septiembre de 2025
La pronta discusión de la ley de eutanasia
 


El debate plantea profundas implicancias científicas, éticas y morales; y la Iglesia nos recuerda que la respuesta no es adelantar la muerte, sino ofrecer cuidados paliativos, acompañamiento y misericordia.

Se ha anunciado que se retomará la discusión sobre la ley de eutanasia, que actualmente se encuentra en tramitación en el Senado.

La Comisión de Salud del Senado ha programado tres sesiones y, al finalizar la tercera, votarán en general el proyecto, para que luego pase a la Sala y continúe el segundo trámite de la formación de la ley. La Cámara de Diputados ya había aprobado esta regulación. En suma, estamos a un paso de que se introduzca esta regulación legal.

El debate sobre la eutanasia ha ocupado un lugar relevante en la discusión política contemporánea. Son muchos los países que la han introducido, dando lugar a una problemática de gran complejidad científica y moral (Un estudio del tema en La eutanasia y el suicidio asistido, Pamplona, 2021, pp. 13-227).

Este asunto surge de una realidad muy humana como es el dolor o sufrimiento. Es a partir de esta realidad que sus partidarios plantean la necesidad de introducir esta regulación, para hacerse cargo de que en el devenir de los seres humanos su vida puede perder sentido y se les deben proporcionar los medios para morir “dulcemente”. El derecho a la vida, en esa visión de las cosas, también comprendería el derecho a morir, y cada uno podría decidir las circunstancias de su muerte y anticipar su voluntad en tal sentido.

La introducción de la ley de eutanasia promueve complejos problemas científicos y morales.
A partir de esta regulación, la continuidad de la vida humana en el caso de las personas con enfermedades queda entregada al dictamen de médicos que deben autorizar acelerar el hecho natural de la muerte. Es una realidad que todos moriremos, pero con la ley de eutanasia nuestro último soplo de vida ya no quedaría en manos de lo previsto por nuestro Creador.

Huelga decirlo, pero la decisión médica puede provenir de dictámenes erróneos o incluso interesados, en los que se hace efectiva la muerte prematura para satisfacer inconfesables negocios de clínicas que tendrán nichos de mercado para esta actividad. También está detrás de esto la aceleración del traspaso de herencias, alentada por parientes inescrupulosos, etc.

En el plano moral, los dilemas son múltiples y comienzan por definir algo esencial: ¿quién les ha permitido a miembros de la familia humana que, en un parlamento, puedan decidir soberanamente sobre la eliminación de otros miembros de la familia humana, bajo las banderas de querer asegurar una “muerte digna” o el reconocimiento de su “libertad de vivir”?

La aprobación de esta ley nos rebaja en nuestra condición de seres humanos. Es sobrecogedor considerar que los veterinarios practican la eutanasia de animales ciñéndose a reglas de ética profesional, que es lo que, en definitiva, terminará por introducir la ley de eutanasia en seres humanos. Efectivamente, el veterinario sólo autoriza la eliminación de la mascota si tiene una edad avanzada y su salud está deteriorada; se aplica cuando la mascota no es autovalente y no se puede sostener en pie; si ha comenzado a orinarse y defecarse sin posibilidad de recuperación; si sufre; si tiene metástasis y se puede predecir —aunque no de manera exacta— cuánto tiempo vivirá. Se aplica, en suma, para evitar que el animal sufra.

Esta propuesta legal pugna abiertamente con la moral católica. Sobre el tema conviene recordar el Catecismo de la Iglesia Católica, cuando señala:

“2276 Aquellos cuya vida se encuentra disminuida o debilitada tienen derecho a un respeto especial. Las personas enfermas o disminuidas deben ser atendidas para que lleven una vida tan normal como sea posible”.

“2277 Cualesquiera que sean los motivos y los medios, la eutanasia directa consiste en poner fin a la vida de personas disminuidas, enfermas o moribundas. Es moralmente inaceptable.
Por tanto, una acción o una omisión que, de suyo o en la intención, provoca la muerte para suprimir el dolor constituye un homicidio gravemente contrario a la dignidad de la persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador. El error de juicio en el que se puede haber caído de buena fe no cambia la naturaleza de este acto homicida, que se ha de rechazar y excluir siempre (cf. Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Iura et bona).”

La respuesta cristiana al tema del dolor proviene, en estos casos, de los cuidados paliativos, de la asistencia familiar, en definitiva, de la misericordia humana.

Frente a esta peste moral que nos aqueja, en la que se reclama como derecho la eutanasia, más que preocuparnos de cuándo y dónde se desató este desquiciamiento humano, hay que responder a ella como lo hicieron los primeros cristianos. Conviene recordar que ellos fueron ejemplares y dieron un testimonio que cambió la forma de enfrentarse con el dolor humano. Los primeros cristianos acogían a moribundos y enfermos con un cariño y delicadeza que pudieron cambiar el duro corazón de muchos, a quienes convencieron de que, en vez de eliminar a los enfermos, era mejor acompañarlos hasta que Dios decidiera cuándo continúa este viaje.

En un texto de San Ignacio de Antioquía se lee la siguiente exhortación, que no pierde vigencia:
“Carga sobre ti, como perfecto atleta, las enfermedades de todos. Donde mayor es el trabajo, allí hay rica ganancia” (Carta a San Policarpo de Esmirna 1, 1-4).

Pidamos a Dios que dé inteligencia a nuestros parlamentarios para que rechacen la aprobación de esta legislación.

Autor: Crodegango






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