"Unidos en Cristo para Evangelizar"
16 de Abril de 2021
Chile, Tierra de Misiones (I)
 


"Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mc 16, 15).

Los antropólogos coinciden que un elemento distintivo de los hombres, como especie animal, es que no están ligados a un entorno específico: el planeta entero está a su disposición.

En el caso del cristianismo este rasgo ha quedado reflejado desde el primer día con la actividad misionera, que hunde sus raíces en el mandato del Señor: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mc 16, 15).

El Papa Francisco, resumió el sentido de esta actividad en el mensaje de Pentecostés del año pasado, para la Jornada Mundial de las Misiones, al señalar:

«La misión, la “Iglesia en salida” no es un programa, una intención que se logra mediante un esfuerzo de voluntad. Es Cristo quien saca a la Iglesia de sí misma. En la misión de anunciar el Evangelio, te mueves porque el Espíritu te empuja y te trae» (Sin Él no podemos hacer nada, LEV-San Pablo, 2019, 16-17).

Dios siempre nos ama primero y con este amor nos encuentra y nos llama. Nuestra vocación personal viene del hecho de que somos hijos e hijas de Dios en la Iglesia, su familia, hermanos y hermanas en esa caridad que Jesús nos testimonia. Sin embargo, todos tienen una dignidad humana fundada en la llamada divina a ser hijos de Dios, para convertirse por medio del sacramento del bautismo y por la libertad de la fe en lo que son desde siempre en el corazón de Dios.         

Por el tiempo transcurrido, seguramente no somos conscientes que la Iglesia Católica en Chile es fruto de un trabajo misionero ininterrumpido, en el que ha participado mucha gente.

Se desconoce cuándo se produjo el primer encuentro de los evangelizadores españoles con los pueblos originarios. Lo único que sabemos es que ello aconteció el día en que estaba previsto en el plan de Dios, para que el Evangelio comenzara a ser transmitido en esta bendita tierra.

La historia revela que este trabajo misional no ha contado siempre con condiciones óptimas. Para los primeros que llegaron, el desastre de Curalaba, en diciembre de 1598, significó un retroceso gigantesco al ser destruidas muchas de las ciudades que recién empezaban a florecer.

Hoy el impedimento proviene del recelo y la desconfianza que por culpa de unos pocos deben soportar muchos. Es pertinente parafrasear a un político chileno contemporáneo que sabiamente dijo: ¡Las culpas de personas no pueden comprometer a todos!

Los misioneros siempre han sido conscientes de su alta misión, al tratarse de un encargo de Jesús, que se hace de cara al cielo para ayudar a los hombres.

Los métodos de evangelización han sido diversos y se adecuan a las necesidades de cada época. Al principio, la enseñanza del español a los niños fue un vehículo para facilitar la comunicación entre los dos mundos; la creación de recursos nemotécnicos, como cuadernos con figuras y dibujos; la elaboración de catecismos, etc.

El recurso a los laicos también estuvo presente. Se relata que Pedro de Valdivia, al fundar La Imperial en 1552, no teniendo sacerdote para proveer la dotación de la futura catedral, puso a un sacristán seglar, “para que catequizase a los indios y les enseñase los misterios de nuestra fe” (GUARDA, Gabriel, La Edad Media de Chile, Ediciones UC, 2016). La figura de los Fiscales en Chiloé, creados como instrumentos para la evangelización, sigue siendo una demostración del impulso misionero permanente.

Un estudioso del tema, Pedro Borges Morán (1929-2008), en una monografía publicada en 1977, daba cuenta de una investigación histórica de años que el número de expediciones misioneras enviadas desde España a Chile fue de 760; a ellas deben agregarse la labor de los Dominicos, Franciscanos, Agustinos, Mercedarios, Jesuitas y muchos otros, que, unidos a los sacerdotes ordenados en esta tierra, han continuado cumpliendo con mandato de “ir y predicar el Evangelio”.

En el siglo XIX, fueron más de diez las instituciones religiosas francesas instaladas en Chile, la gran mayoría a partir de 1850. Las hubo de diversos carismas: asistenciales, como las hijas de San Vicente de Paul, los Lazaristas, Las Hermanas del Buen Pastor de Angers, Las Hermanitas de los Pobres, las hijas de San José de Cluny; misioneras, como los Redentoristas y los Agustinos de la Asunción y, finalmente, las congregaciones más vinculadas a la enseñanza, como los Hermanos de las Escuelas Cristianas, Los Sagrados Corazones y las Dames du Sacré Couer. (González Errázuriz, Francisco Javier, Aquellos años franceses. Taurus, 2003).

En el siglo XX y en el presente han sido los laicos los que, conforme a sus propios carismas fundacionales, se han ocupado de realizar también una labor apostólica en los más diversos ambientes acogiendo el llamado universal a la santidad que el Concilio Vaticano II alentó.

Como se puede apreciar, la fecundidad y entrega de estos hombres y mujeres, que por amor a Cristo han servido a sus prójimos, son la prueba viva de la grandeza del cristianismo. A través de ellos se cumple lo que ha manifestado el Papa Francisco: La misión, la “Iglesia en salida” no es un programa, una intención que se logra mediante un esfuerzo de voluntad. Es Cristo quien saca a la Iglesia de sí misma”.

Cada uno de ellos ha huido de pensamientos teóricos acerca de la bondad y la filantropía. Su vocación de servicio es radicalmente distinta a la que asumen algunos que, desde su comodidad, se afligen “por la injusticia que sufre el pueblo”, pero no hacen nada concreto o constructivo por colaborar a aliviar los dolores materiales y espirituales del otro. Incluso algunos llegan expresar sentimientos de encono contra los “cómplices pasivos de los sistemas económicos opresores”, pero esa proclama nunca ha llegado a concretarse en rostros humanos, sino en el anonimato de una masa indiferenciada a la que procuran redimir a la distancia.

Pidamos a Santa María que nos ayude a seguir a su Hijo y cumplir en nuestro sitio con la vocación misionera, que hoy se hace tan necesaria como el primer día.

Crodegango






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