"Unidos en Cristo para Evangelizar"
03 de Junio de 2021
Los Papas del siglo veinte (II)
 


San Pío X ha sido visto por muchos como un modelo sacerdotal. Su larga carrera como párroco y obispo han llevado a señalar que, en su caso, fue un párroco elegido como Papa.

Pío X (1903-1914)

José Sarto Sanson nació el 2 de junio de 1835 en Riese (en esa época ciudad austriaca, hoy italiana). De familia pobre. Su padre, Juan, era cartero y su madre, Margarita, costurera. Fue ordenado sacerdote el 18 de septiembre de 1858. El 4 de agosto de 1903 fue elegido Papa. Murió pocos días después del comienzo de la Primera Guerra Mundial el 20 de agosto de 1914. El 29 de marzo de 1954 fue canonizado.

En 1850 ingresa al seminario de Padua. En 1852 falleció su padre, quedando a cargo de la familia la viuda. Algunos familiares lo persuadían para que dejara el seminario, pero José Sarto se mantuvo en su vocación para ser sacerdote de Cristo. La pobreza de seminarista lo llevó a pedir auxilio económico a familiares cercanos. La primera misa del nuevo sacerdote fue ofrecida por su padre.

En el proceso de canonización se conocieron varios episodios que revelaban sus virtudes morales y cristianas, en especial, la humildad, la caridad, el abandono en Dios. Allí se conoció que una de sus lecturas predilectas era la Imitación de Cristo (de Kempis) y también su admiración por la figura del Cura de Ars, a quien beatificó durante su pontificado. También se destacó su profunda piedad y su fortaleza para enfrentar los complejos temas que debió resolver.

San Pío X ha sido visto por muchos como un modelo sacerdotal. Su larga carrera como párroco y obispo han llevado a señalar que, en su caso, fue un párroco elegido como Papa.

Al inicio de su pontificado expuso su lema pontificio y verdadero principio rector de su gobierno: instaurar todas las cosas en Cristo [instaurare omnia in Christo (Eph 1, 10)]¨. Con ese programa buscaba reaccionar a la descristianización y a la secularización de la sociedad, que ya en esa época se intentaba imponer en nombre de la “modernidad”.

El hecho de haber recorrido todos los estamentos eclesiásticos le daba un conocimiento directo que explica el haber dado inicio a una profunda reforma de la curia romana (que se mantenía con la misma estructura desde el siglo XVI). En este sentido, se apunta como un gran logro el trabajo de compilación del derecho de la Iglesia, que culminaría en la promulgación del Código de Derecho Canónico, en 1917.

Su figura hasta el día de hoy es objeto de distintos juicios. Para algunos era como un conservador; para otros un gran reformador. Algunos lo califican de reaccionario, otros de revolucionario. Claramente no ha favorecido su figura el intento que han hecho algunos por apoderarse de su imagen, para promover posturas vinculadas al tradicionalismo. Paradójicamente, los que reivindican el nombre de San Pío X se han caracterizado justamente por no ser obedientes al papado.

Transcurrido más de un siglo de su pontificado, hay varios aspectos de San Pío X que conviene volver a considerar, por estar plenamente vigentes en la crisis en que se encuentra la Iglesia.

De manera notoria y sistemática se empeñó por recordar a los sacerdotes que fueren obedientes, piadosos y entregados a su misión de atención y salvación de las almas. En la Haerent Animo, que corresponde a la Constitución Apostólica sobre la Santidad del Clero (de 4 de agosto de 1908), señala:

- “(…)  el sacerdote es luz del mundo y sal de la tierra. Nadie ignora que esto es así, sobre todo al enseñar la verdad cristiana; pero ¿es posible ignorar ya que, este ministerio no es nada, si el sacerdote no avala con su ejemplo lo que enseña con su palabra? Los que le escucharon podrían decir con falta de respeto, sí, pero con razón: Confiesan a Dios con las palabras, pero le niegan con los hechos (…)”.

- “Si el sacerdote descuida su santificación, no podrá ser la sal de la tierra, porque lo que está corrompido y contaminado no puede servir de ninguna manera para conservar otras cosas -, donde la santidad falta es inevitable que entre la corrupción. Así, Jesucristo, continuando la comparación, llama a tales sacerdotes sal sin sabor, que no sirve más que para tirarla y ser pisoteada por los hombres (…)”.

En el plano cultural, le correspondió enfrentar “el modernismo teológico”, corriente propia de la época que pretendía “rejuvenecer la Iglesia” para incorporarla “al mundo moderno”.

En términos generales, el “modernismo teológico” lo lideraban librepensadores católicos influenciados por el protestantismo liberal y las corrientes filosóficas en boga. Formaba parte del credo modernista negar la divinidad de Cristo, minusvalorar los sacramentos y cuestionar la veracidad de la Sagrada Escritura. Bajo ese esquema, la Biblia era simplemente un libro literario, que no estaba inspirado por el Espíritu Santo; la Sagrada Escritura debía ser sometida examinada con los instrumentos intelectuales que surgían del conocimiento científico. Asimismo, Cristo era visto como un personaje histórico, cuyo mensaje era equiparable al de Confucio o de Mahoma. La Resurrección de Jesús, simplemente un mito inventado por los primeros cristianos. Se negaba a la Iglesia su carácter sobrenatural, para ser explicada como una simple asociación humana.

San Pio X debió salir a la defensa del depósito de la fe. Lo hizo de diversas formas, resultando hasta el día de hoy controvertidos el decreto Lamentababili (de julio de 1907). Y luego, el 8 de septiembre de 1907, con la Pascendi dominici gregis, Encíclica donde condena -con gran vigor- al modernismo, al que califica como “síntesis de todas las herejías”.

Mirado en perspectiva, es inobjetable para un sucesor de San Pedro, que deba salir en defensa de la integridad de fe cristiana. Basta leer el comienzo de la Encíclica referida, para advertir que esa era la inspiración del documento, cuando señala: “al oficio de apacentar la grey del Señor que nos ha sido confiada de lo alto, Jesucristo señaló como primer deber el de guardar con suma vigilancia el depósito tradicional de la santa fe, tanto frente a las novedades profanas del lenguaje como a las contradicciones de una falsa ciencia. No ha existido época alguna en la que no haya sido necesaria a la grey cristiana esa vigilancia de su Pastor supremo; porque jamás han faltado, suscitados por el enemigo del género humano, «hombres de lenguaje perverso», «decidores de novedades y seductores», «sujetos al error y que arrastran al error»”.

Respondiendo a los críticos, en el mismo documento el Papa aclara que los católicos no somos enemigos de la sabiduría y del progreso de la humanidad. Por el contrario, “(…) tenemos designio de promover con todas nuestras fuerzas una Institución particular, en la cual, con ayuda de todos los católicos insignes por la fama de su sabiduría, se fomenten todas las ciencias y todo género de erudición, teniendo por guía y maestra la verdad católica. Plegue a Dios que podamos realizar felizmente este propósito con el auxilio de todos los que aman sinceramente a la Iglesia de Cristo (…)”.

Al examinar la figura de este Santo Papa cabe preguntarse con toda honestidad: ¿procuro instaurar todas las cosas en Cristo? ¿Creo todo lo que Dios ha revelado y nos enseña la Iglesia Católica? ¿He dudado o negado las verdades de la fe católica? ¿He blasfemado? ¿Tengo una insana curiosidad intelectual en materias de fe y doctrina? ¿Me interesa formarme seriamente en el contenido de mi fe? ¿Defiendo el contenido de la fe católica con convicción y fortaleza?

Crodegango.






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