"Unidos en Cristo para Evangelizar"
05 de Octubre de 2021
El conmovedor problema de la emigración
 


Se trata de un asunto que no es nuevo para los cristianos, que en diversas épocas hemos sido testigos que los pueblos se trasladan, voluntaria o forzadamente.

Los medios de comunicación nos informan a diario de la existencia del fenómeno de la emigración a nivel global.

Se trata de un asunto que no es nuevo para los cristianos, que en diversas épocas hemos sido testigos que los pueblos se trasladan, voluntaria o forzadamente. El mismo San Agustín describe en la Ciudad de Dios, la caída del imperio romano por el efecto de las invasiones bárbaras. San León Magno (que fue Papa entre los años 440-461) fue testigo del avance del desplazamiento de millones de personas que huían de la violencia a lugares más seguros. La iglesia romana debió acoger a los que desesperadamente huían en búsqueda de refugio.

Han pasado siglos y el fenómeno migratorio se sigue produciendo por distintas razones. Persecuciones religiosas, guerras civiles, hambrunas desatadas, desastres naturales, explican esta dolorosa situación. 

Muchos de los que inician este camino no lo consiguen y mueren ahogados en embarcaciones que se hunden en el mar o pierden sus vidas por asfixia, al ser llevados en medios de transporte terrestre en condiciones que ninguna asociación animalista permitiría.

Hace poco hemos visto la huida de miles de persona de Afganistán, por temor a los talibanes. En Europa, Bulgaria es un país de emigración con casi dos millones de búlgaros, de una población actual de siete millones. En nuestra América, la situación de Venezuela es dramática. Ya son seis millones de venezolanos los que han abandonado su patria; varios de ellos arrancando de la pobreza surgida del “socialismo del Siglo XXI”. De ellos se estima que medio millón han elegido a Chile como refugio.

La solución a este problema es compleja porque supone la búsqueda de una serie de delicados equilibrios. Existe el legítimo derecho de todo Estado a controlar los flujos migratorios, para evitar se pueda complicar la solución a problemas que siempre existen en torno a las prestaciones de salud, educación, mercado laboral, seguridad ciudadana, etc.

Claramente no contribuye en este asunto la politización con fines electorales que busca maniqueamente distinguir entre emigrantes buenos y malos. Es fácil hacer populismo y proponer soluciones como levantar muros, dejar a los extranjeros en campamentos de refugiados, etc.

Para reflexionar sobre el tema no se pueden soslayar las causas de la emigración, especialmente, cuando percibimos que existen países que provocan la emigración masiva de sus integrantes. Algo debe indicar que sean tantos los que huyen de sus países, para enfrentarse con lo desconocido y en muchos casos quedar sumidos en una precariedad que acompaña a muchos inmigrantes.

La gran mayoría de los que deciden abandonar su tierra natal lo hacen para buscar nuevos horizontes de dignidad, paz y seguridad. Muchos de ellos deben dejar forzosamente a sus familias. Los más afectados son siempre los ancianos o discapacitados, que no están en condiciones de soportar el titánico esfuerzo que supone la inmigración. Una situación todavía más conmovedora es la de los niños que se ven arrastrados en esta huida a lo desconocido.

Puede ayudar a que se remueva nuestro corazón y nos anime a involucrarnos en el tema las palabras del Papa Francisco en la Encíclica Fratelli Tutti sobre la amista y fraternidad social, dada el 3 de octubre de 2020 donde señala:

“37. Tanto desde algunos regímenes políticos populistas como desde planteamientos económicos liberales, se sostiene que hay que evitar a toda costa la llegada de personas migrantes. Al mismo tiempo se argumenta que conviene limitar la ayuda a los países pobres, de modo que toquen fondo y decidan tomar medidas de austeridad. No se advierte que, detrás de estas afirmaciones abstractas difíciles de sostener, hay muchas vidas que se desgarran. Muchos escapan de la guerra, de persecuciones, de catástrofes naturales. Otros, con todo derecho, «buscan oportunidades para ellos y para sus familias. Sueñan con un futuro mejor y desean crear las condiciones para que se haga realidad».

38. Lamentablemente, otros son «atraídos por la cultura occidental, a veces con expectativas poco realistas que los exponen a grandes desilusiones. Traficantes sin escrúpulos, a menudo vinculados a los cárteles de la droga y de las armas, explotan la situación de debilidad de los inmigrantes, que a lo largo de su viaje con demasiada frecuencia experimentan la violencia, la trata de personas, el abuso psicológico y físico, y sufrimientos indescriptibles». Los que emigran «tienen que separarse de su propio contexto de origen y con frecuencia viven un desarraigo cultural y religioso. La fractura también concierne a las comunidades de origen, que pierden a los elementos más vigorosos y emprendedores, y a las familias, en particular cuando emigra uno de los padres o ambos, dejando a los hijos en el país de origen». Por consiguiente, también «hay que reafirmar el derecho a no emigrar, es decir, a tener las condiciones para permanecer en la propia tierra».

39. Para colmo «en algunos países de llegada, los fenómenos migratorios suscitan alarma y miedo, a menudo fomentados y explotados con fines políticos. Se difunde así una mentalidad xenófoba, de gente cerrada y replegada sobre sí misma». Los migrantes no son considerados suficientemente dignos para participar en la vida social como cualquier otro, y se olvida que tienen la misma dignidad intrínseca de cualquier persona. Por lo tanto, deben ser «protagonistas de su propio rescate». Nunca se dirá que no son humanos pero, en la práctica, con las decisiones y el modo de tratarlos, se expresa que se los considera menos valiosos, menos importantes, menos humanos. Es inaceptable que los cristianos compartan esta mentalidad y estas actitudes, haciendo prevalecer a veces ciertas preferencias políticas por encima de hondas convicciones de la propia fe: la inalienable dignidad de cada persona humana más allá de su origen, color o religión, y la ley suprema del amor fraterno.

41. Comprendo que ante las personas migrantes algunos tengan dudas y sientan temores. Lo entiendo como parte del instinto natural de autodefensa. Pero también es verdad que una persona y un pueblo sólo son fecundos si saben integrar creativamente en su interior la apertura a los otros. Invito a ir más allá de esas reacciones primarias, porque «el problema es cuando esas dudas y esos miedos condicionan nuestra forma de pensar y de actuar hasta el punto de convertirnos en seres intolerantes, cerrados y quizás, sin darnos cuenta, incluso racistas. El miedo nos priva así del deseo y de la capacidad de encuentro con el otro»”.

Los católicos en esta materia no podemos dejar de considerar que la Sagrada Familia debió huir de Egipto, para salvar al Niño Dios. Como lo relata el Evangelio de San Mateo, el Angel del Señor se apareció en sueños a San José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. Allí permaneció hasta la muerte de Herodes.

Pidamos a la Sagrada Familia que nos ayude a que no se endurezca nuestro corazón con nuestros hermanos inmigrantes y salgamos en su ayuda, a lo menos con oraciones.

Crodegango






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