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Ya son millones los que huyen de este flagelo y han optado por la incertidumbre que significa la inmigración.
Un sello distintivo de Ucrania ha sido tener al cristianismo como factor unificante. Ucrania es uno de los países más cristianos de Europa, con una gran cantidad de iglesias y monasterios, que desde hace 20 años renacen después de una larga persecución de los comunistas bolcheviques.
Ha sido conmovedor ver la fe del pueblo ucraniano, que ha continuado con los servicios religiosos sin que la guerra se invoque como una justificación para rendir culto a Dios. De igual forma, han sido conmovedores los matrimonios celebrados en ese escenario bélico. ¡Qué buen ejemplo de coherencia y sentido profundo de la fe nos dan a los occidentales los cristianos ucranianos!
El Magisterio de la Iglesia Católica ha condenado siempre toda guerra injusta, puesto que ella siempre es un medio inconducente para resolver los conflictos que surgen entre las Naciones. La guerra solo profundiza los problemas y pone en riesgo la paz mundial. Nadie gana una guerra, sus resultados siempre son secuelas de muerte y destrucción.
El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia enseña que: “Una guerra de agresión es intrínsecamente inmoral. En el trágico caso que estalle la guerra, los responsables del Estado agredido tienen el derecho y el deber de organizar la defensa, incluso usando la fuerza de las armas". Para que sea lícito el uso de la fuerza, se deben cumplir simultáneamente unas condiciones rigurosas: « —que el daño causado por el agresor a la Nación o a la comunidad de las naciones sea duradero, grave y cierto; —que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces; —que se reúnan las condiciones serias de éxito; —que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar. El poder de los medios modernos de destrucción obliga a una prudencia extrema en la apreciación de esta condición. Estos son los elementos tradicionales enumerados en la doctrina llamada de la “guerra justa”. La apreciación de estas condiciones de legitimidad moral pertenece al juicio prudente de quienes están a cargo del bien común» (CDS 500).
No podemos olvidar que el quinto mandamiento condena la destrucción voluntaria de la vida humana. A causa de los males y de las injusticias que ocasiona toda guerra, la Iglesia insta constantemente a todos a orar y actuar para que la Bondad divina nos libre de la antigua servidumbre de la guerra (CIC 2307).
Por otro lado, “toda acción bélica que tiende indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de amplias regiones con sus habitantes, es un crimen contra Dios y contra el hombre mismo, que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones” (GS 80). Un riesgo de la guerra moderna consiste en facilitar a los que poseen armas científicas, especialmente atómicas, biológicas o químicas, la ocasión de cometer semejantes crímenes (CIC 2314).
Los cristianos tenemos que comprometernos siempre por la paz.
Asimismo, debemos dolernos por lo que está ocurriendo y por lo que significaría que este horrendo flagelo se extienda a otras naciones de Europa. El fantasma de la ampliación de esta guerra siempre está presente y debemos rezar con mucha devoción para que ello no ocurra.
El poderío de las actuales armas haría que esto sea más espantoso que los anteriores conflictos mundiales. El refinamiento armamentístico solo haría que se destruyan uno con otros, sin que pueda darse un ganador.
Sabemos que la Iglesia lucha por la paz con la oración. Es el poder de la oración el que abre el corazón.
No podemos restarnos como cristianos de cumplir con este grave deber de rezar. Sería muy egoísta pensar que esta guerra es algo lejana a nosotros. Cuando sufre un miembro de la familia humana, todos debemos sufrir con ellos.
Pidamos a Santa María, que es Reina de la Paz, que ayude a una pronta solución que ponga fin a esta nueva guerra.
Crodegango