"Unidos en Cristo para Evangelizar"
19 de Mayo de 2022
Vocación al amor y amor matrimonial
 


El amor que siento por el otro tiene su origen en Dios, pues Dios, que es amor, crea al hombre por amor.

El amor es, por tanto, la vocación innata y fundamental de todo ser humano, es la respuesta que debemos dar al amor que Dios nos tiene. La palabra “vocación”, etimológicamente viene del latín “vocare”, que quiere decir “llamada”. Esta vocación al amor nos llama a buscar la relación con otras personas, nos lleva a realizar una comunión de personas. El amor humano se manifiesta siempre como una respuesta a un Amor primero. Al amor que Dios nos tiene. Y ese Amor primero tiene dos grandes características. Por un lado, es un amor que no pone condiciones para su permanencia; es la misericordia de Dios la que permanece para siempre y eso hace posible que nosotros amemos para siempre. Y por el otro, es un amor irrevocable por la fidelidad del amante: “Si nosotros somos infieles, Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo” (2 Tim 2,13).

Dicho lo anterior, puede decirse que la clave del matrimonio es el amor. No puede existir matrimonio sin amor. La vocación originaria al amor que tiene todo hombre se concreta en distintas formas: vocación al sacerdocio o a la vida consagrada, vocación al matrimonio... Y en el matrimonio se vive una forma especial de amor: el amor conyugal, que es un amor de benevolencia, en el que se quiere siempre el bien del otro en cuanto otro. Este amor se basa en un acto libre de donación de sí, en el que yo me entrego completamente al otro. Es una donación en totalidad, ya que, se comparte la vida, toda la vida, la vida como totalidad de sentido. Esta forma de amar supone compartir todo lo que somos: nuestras ideas, nuestros sentimientos, nuestra fe, nuestros proyectos, nuestros amigos, nuestras familias, nuestras aficiones, nuestro dinero, nuestros problemas. Supone estar dispuestos a afrontar juntos todo lo que nos traiga la vida, afrontar todos los cambios que cada uno suframos. Supone tener un proyecto de vida para nosotros dos.

Para fortalecer ese amor que nos tenemos, debiéramos analizar si tiene las propiedades que le permiten mantenerse en el tiempo. Esas propiedades son, siguiendo a Michel Esparza en su libro “Amor y autoestima”, por un lado, lo “visible del amor” que se manifiesta en lo “sacrificado” y “respetuoso” que es el amor del uno por el otro en el matrimonio. Respecto de lo “sacrificado” podríamos preguntarnos, por ejemplo, ¿cuánto estás dispuesto a sacrificarte para hacer feliz al que amas o a la que amas? Entona el dicho popular: “obras son amores y no buenas razones”. Y respecto de los “respetuoso” podríamos examinarnos preguntándonos: ¿respetas la libertad de quien amas o te impones? Por tanto, estaríamos hablando de ese respeto sincero por los gustos y opiniones del otro, de esa actitud según la cual no se convierte a la persona amada en objeto de placer, no se acapara al otro afectivamente, es decir, no se tiene un “afán posesivo” por el otro.

Pero lo “visible del amor” se complementa con lo “invisible del amor”, siguiendo al autor que hemos citado. Lo invisible se refiere fundamentalmente a dos disposiciones en el amor: “el amor desinteresado” y la “libertad”. La pregunta de autoexamen sería: ¿qué te motiva realmente a amar al otro, a entregarte? Porque amar es lo contrario de utilizar. El utilitarista se aprovecha de la persona que ama en la medida en que da con el único fin de recibir. Debemos tener, por tanto, intenciones sinceras al amar, es decir, no esconder motivos egoístas. Eso es un amor desinteresado. Y respecto de la "libertad", podemos preguntarnos: ¿te entregas libremente o te sientes interiormente coaccionado(a)? El amante debe “auto-poseerse”. Si no se es señor de sí mismo, se entrega al otro de modo servil, y eso a la larga no satisface a nadie. Quien desea ardientemente el bien de la persona amada, se decide libre y gustosamente a no escatimar esfuerzos para hacerla feliz.

El Papa Francisco, en la Exhortación Apostólica “Amoris Laetitia” desarrolla a través del capítulo “Nuestro amor cotidiano” unas recomendaciones prácticas para el amor matrimonial, usando de inspiración lo expresado en el “Himno del Amor” de San Pablo (1 Cor 13, 4-7). No hay mucho espacio aquí para comentar este apartado enteramente, pero si me llamaron especialmente la atención cuatro sugerencias, que, junto a lo dicho más arriba sobre las propiedades del amor, son fundamentales para mantener, cuidar y acrecentar al amor conyugal: la paciencia, la amabilidad, la ausencia de violencia interior y el perdón.

La paciencia en el contexto del amor matrimonial, según el Papa Francisco, es no dejarse llevar por los impulsos y evitar de agredir. El problema es cuando exigimos que las relaciones sean “celestiales” o que las personas sean perfectas, o cuando nos colocamos en el centro y esperamos que solo se cumpla la propia voluntad. Entonces todo nos impacienta, todo nos lleva a reaccionar con agresividad. La paciencia se afianza cuando reconozco que el otro tiene derecho a vivir en esta tierra junto a mí, así como es. El amor al otro cónyuge siempre tiene un sentido de profunda compasión que lleva a aceptar al otro como parte de este mundo, igualmente cuando se comporta de un modo totalmente diferente al que me hubiese imaginado.

La amabilidad, por su parte, nos recuerda que amar es también volverse amable, quiere decir que el amor no obra con rudeza, no actúa de modo descortés, no es duro en el trato. Sus modos, sus palabras, sus gestos son agradables y no ásperos ni rígidos. Detesta hacer sufrir a los demás.

Si la primera expresión del himno nos invitaba a la paciencia que evita reaccionar bruscamente ante las debilidades o errores de los demás, ahora debemos hablar de la violencia interna, de una irritación no manifiesta que nos coloca a la defensiva ante los otros, como si fueran enemigos molestos que hay que evitar. Alimentar esa agresividad íntima no sirve para nada. Solo nos enferma y termina aislándonos. El Papa recomienda que la reacción interior frente a una molestia que nos causan los demás debería ser ante todo “bendecir en el corazón, desear el bien del otro, pedir a Dios que lo libere y lo sane”.

Finalmente, el perdón. Lo contrario de la violencia interior es el perdón, un perdón que se fundamenta en una actitud positiva, que intenta comprender la debilidad ajena y trata de buscarle excusas a la otra persona, como Jesús dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Pero la tendencia suele ser de la de buscar más y más culpas, la de imaginar más y más maldad, la de suponer todo tipo de malas intenciones, y así el rencor va creciendo y se arraiga. De ese modo, cualquier error o caída del cónyuge puede dañar el vínculo amoroso y la estabilidad familiar. La verdad es que la comunión familiar puede ser conservada y perfeccionada solo con un gran espíritu de sacrificio.

Pidamos a Dios Nuestro Señor, que nos acompañe a vivir con verdadero amor el camino del matrimonio, especialmente en esta sociedad en la que se han banalizado los cimientos de la iglesia doméstica: ese amor sagrado y generoso de los esposos, ese amor que debe ser respetuoso, desinteresado, libre, paciente, amable y con gran capacidad para perdonar.

Nepomuceno






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